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Mostrando entradas con la etiqueta Celebraciones. Mostrar todas las entradas
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miércoles, 16 de abril de 2014

            Después de un par de años perdiéndome la Semana Santa y viviendo con melancolía estos días he vuelto a mi tierra, a Málaga. La pregunta me resultaba obvia: tras tanta añoranza, ¿merecía la pena? ¿O quizás la memoria y la imaginación han engrandecido la realidad?

He visto muchas tradiciones y manifestaciones culturales en otros países. Muchas de ellas extravagantes y exóticas a los ojos de un occidental. Coloristas danzas, delirios místicos, procesiones de demonios de cartón-piedra. El viajero los mira, los contempla con sombro, hace fotos, sonríe, disfruta y admira. A lo mejor le suscita dudas: ¿Qué sentirán? ¿Qué querrá decir todo esto? ¿Cómo será eso de participar activamente de esta o aquella tradición tan llamativa…?

El pueblo español, y especialmente el andaluz, es uno de los que mejor mantienen y más viven su cultura y folclore en toda Europa. No sólo somos una atracción turística que se expone  en un escaparte y que el visitante fotografía. Nosotros, como tantas tribus, minorías y culturas del mundo quizás menos occidentalizadas somos protagonistas y depositarios de un acervo cultural realmente vivo.

Una vez al año, gran parte de la población malacitana, agrupada mayoritariamente en las 39 cofradías, se lanza a la calle para ver o hacer ver. Para llevar un capirote, un incensario o un trono. Es la Semana Mayor, una semana intensa, llena de arte, espiritualidad y tradición. Tiempo en que se retoman aquellas costumbres que abrazamos desde pequeños.




La Semana Santa encierra nuestro espíritu infantil, pues éramos niños cuando empezamos a callejear por primera vez. Éramos menos que adolescentes cuando pisamos esas callejuelas hasta entonces desconocidas para evitar el bullicio y acercarnos antes al Cristo que atraviesa una u otra calle. Cuando un primo mayor nos invita acompañarlo a encerrar el Prendimiento Cuando organizamos la primera pandilla y nos colamos entre las promesas que siguen al gitano más moreno, al Señor de la Columna. Antes ya habíamos hecho nuestros pinitos con una trompeta de un carrillo de la calle que nuestra madre nos regaló mientras esperábamos la llegada de la Virgen de Gracia. Recordamos nuestro primer limón cascarúo que de lejos trata de emular la amargura del Señor. Al negociar con la regenta del puesto: ¿sal? ¿Bicarbonato? En cualquier caso hinca las paletas por la parte blanca para dañar menos el esmalte de los dientes y aguanta los lagrimones.




Es esa emoción inesperada al ver subir a la Virgen del Amparo y su palio de rejilla por Dos Aceras la que enjuaga tus ojos. La misma que acompaña al Señor que cada año entra en Málaga montado en una Pollinica trayendo buenas nuevas.




La gente va al cine a ver películas de miedo buscando esa adrenalina que sienten durante la escena de máximo suspense. Los malagueños salen a la calle buscando ese escalofrío al ver a centenares de hombres de trono cantando la Salve  la Virgen del Rocío delante del pueblo en su Tribuna de los Pobres. Es ese escalofrío que se extiende de pies a cabeza que nadie sabe de dónde viene. ¿Se habrá levantado aire? Nos ceñimos un jersey o la chaqueta, pero el escalofrío persiste.




La Semana Santa es como una fiesta a la que te invitan cada año. Si estás enfermo o fuera por trabajo te la has perdido y los amigos te llaman con el  ruido de la celebración de fondo para decirte qué éxito está siendo. Nos quemamos por dentro sabiendo que no estamos donde hay que estar. Los que sí tienen la suerte de asistir disfrutan como invitados al gran festejo. Pero son los que cubren su cara o arriman el hombro los que se sienten anfitriones, parte de la organización que tantos escalofríos regala a los espectadores.

Es así como llega tu día. Quieres estar descansado y reponer fuerzas para llevar tu estación de penitencia con la máxima dignidad posible. De nuevo recuerdas que de pequeño tenías licencia para beber más Coca-Colas de las debidas y alimentarte de azúcar refinada y de almendras garrapiñadas. Un bastón, un cetro, una vela, un trono… Ves desde dentro, gozando del más puro anonimato que te permite ser tú con Él. Los que te rodean miran a lo alto, sus bocas se abren como medio pasmados y sólo logran cerrarla al besar su pulgar cuando terminan de santiguarse. El esfuerzo da sus frutos y la ciudad ha vuelto a sentir ese momento casi místico que a veces olvidan el resto del año… menos es nada, ¿y quién quiere ser fariseo para decirles a otros como rezar y sentir?




¿Quién es esta gente que grita guapo al Cristo de la Sentencia? ¿A un trozo de madera? La pregunta más repetida… Si el creyente piensa que Dios se hizo de carne y hueso para dar un mensaje, para poder tocarlo, para sentirlo y oírlo… ¿Por qué le va a ofender que usemos su imagen para que nos evoque, que nos recuerde lo que sufrió y padeció? Si el Cristianismo nos cuenta que Dios aceptó la limitación humana de tener que ver para creer hasta el punto de venir Él mismo en persona… ¿Por qué rebelarnos ante una expresión de fe que utiliza una boya, un ancla, un apoyo tan material y tangible? No es un tótem, no creemos que la madera se haya hecho Dios, tampoco pensamos que la misma encierre su espíritu… nadie puede apoderarse de Él. Sí creemos que es la foto de nuestro difunto padre o abuelo que nos recuerda que existe y nos facilita hablar con él. No hay que fustigarse por decirle las palabras más bonitas que tenemos a una virgen, ¡guapa!, hay que reconocer simplemente nuestras propias limitaciones.

Y continúa la semana. Y se suceden cofradías con talantes muy diversos. EL júbilo, la alegría, la pasión, el recogimiento, la seriedad y el luto. Cada imagen nos recuerda las virtudes de los titulares. La Señora del jueves nos habla de esperanza, el Cristo de la Expiración nos dice cómo hablar con nuestro Padre hasta en los momentos más angustiosos, la Humillación, a poner la otra mejilla, la Misericordia, a perdonar y a aguantar la cruz aunque nos caigamos, los Milagros, a esperar lo inimaginable, los Dolores Coronada, a sufrir y dar consuelo, el Huerto, a rezar, el Descendimiento, a estar con los nuestros hasta el final, la Cena, a ser Iglesia y el Resucitado nos dará una mejor noticia que la del Domingo de Ramos… ya no visitará nuestra ciudad, sino que viene para quedarse.

El jueves ponemos en práctica todo lo aprendido y discutimos como expertos y tertulianos: velas rizadas ¿sí o no?; marchas ensayadas; las flores más o menos acertadas; pues a mí el pulso sólo para los encierros; ¡por favor a ese Cristo le pega cornetas y tambores y bailar su malagueña! Para cuándo un nuevo manto…  que ya hace falta…




Llega el Viernes Santo y las marchas se hacen más y más fúnebres. La colorida camisa que estrenamos el domingo para que no se nos cayeran las manos parece desentonar en este día. La bola de cera de aquel niño que un día fuimos está más gorda que cuando pasó el Cautivo, Señor de Málaga. Cada año nos cuesta más ver todos los encierros y no perdernos cada esquina que ya tenemos apuntada en nuestra agenda cofrade desde que aquel amigo nos habló de Salutación en San Agustín.


Cerramos la puerta de casa. Nos ponemos cómodos. Ha acabado la Semana Santa. Se terminó el tiempo en que la espiritualidad y el folclore van de la mano en un encuentro tangible con Dios. Hasta el año siguiente. La respuesta a la pregunta inicial es evidente: sí, mereció la pena


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Semana Santa desde el Extranjero




domingo, 6 de abril de 2014



             Eran cerca de las seis de la tarde y en Antakya (Antioquía) ya estaba oscuro. Volvía con un par de amigos de una escapada en coche para ver ruinas romanas y cristianas. En el primer caso nos topamos con el antiguo puerto Seleucia de Piera, frente a una extensa, aunque algo sucia playa. Allí se encuentra el túnel de Tito y Vespasiano, ejemplo del poderío de ingeniería romana que conecta los dos extremos de una colina a través de un inquietante pasaje de piedra.

También exploramos los restos cristianos del Monasterio de San Simeón. En la cima de una montaña, esta histórica y no demasiado bien conservada estructura ha sido afeada con la instalación de molinos eólicos alrededor. Más lástima daba ver que sus excelentes mosaicos del s. VI quedaban ninguneados bajo el polvo, la tierra y la suiciedad.


El día había sido bastante completo y como decía, ya regresábamos a Antakya. Nos disponíamos a aparacar cuando escuchamos un estruendo que se repetía con cierto ritmo. Dos tambores y una flauta animaban la calle. La gente los seguía hasta que entraron en una bocacalle donde se asentaron para continuar la fiesta y su singular concierto. Nos dimos cuenta enseguida de que se trataba de una boda turca. Antakya, con todo su gloriosa historia, su importancia en este lado de Turquía y sus casi 250.000 habitantes sigue teniendo mucho de provinciano y las bodas no son sólo un evento para los más allegados sino una motivo de regocijo para todo el barrio que lo celebra con ímpetu.

La boda turca tiene varias fases y se alarga bastante hasta que todos los trámites que unen a dos personas en matrimonio quedan formalmente concluidos. Así contratan a unos músico para dar fe del evento e invitar a la gente a bailar en mitad de la calle, que en este caso era la de la casa de la novia. Los invitados y curiosos como nosotros se agolpaban. Empezaron a tocar una canción que me sonaba familiar; era mi favorita: “Ankarani Baglari”. Los testigos, el padrino y el novio nos sacaron a bailar allí mismo a mis amigos y a mí. Nos caímos bien y nos invitaron a subir a la segunda planta de la vivienda de la recién casada. Era uno de los momentos más emotivos: la novia vestida de blanco, que ya no era una niña, abandonaba la casa de sus padres entre llantos de unos y otros. El rellano estaba a revosar. Bajaron a la calle donde les esperaba el coche que les conduciría al convite. La ceremonia oficial ya había tenido lugar bastante más temprano y ya sólo quedaba celebrarlo. Pensábamos que ya todo había acabado para nosotros, pero fue entonces cuando la hospitalidad turca nos sorprendió una vez más ya que insistieron en que les acompañáramos a la fiesta. No nos lo pensamos dos veces.


Mi canción turca favorita
La novia abandonando su casa y acompañada por un pariente


Llegamos a una sala de fiestas. La entrada estaba toda engalanada con un pasillo flanqueado por los miembros más importantes de la familia para recibir a la pareja. Nos indicaron donde sentarnos y desde entonces no pasamos solos ni un instante. Haciendo alarde de una amabilidad desmedida se nos acercaban unos y otros para conocernos, asegurarse de que estábamos bien, de que no nos faltaba nada. Mesas repletas de gente de todas las edades se disponían alrededor de una pista de baile, un escenario donde se preparaba el cantante y un poco más a la derecha, la mesa de honor para la novia y el novio.


Llegaron por fin y comenzó la jarana. Primero, un baile inaugural al son de una popular canción turca del 2013 mientras que los camareros sostenían bengalas y caminaba en círculos rodeando a la pareja. La novia que lucía un vaporoso vestido llevaba ceñido una especie de fagín con dos iniciales: A & F: Fátima y Ahmet. Después, una pieza lenta para bailar agarrados en la que ya podía participar todos los invitados. Ya finalmente el desmadre: en una celebración musulmana no se sirve alcohol por lo que sorprende aún más la animación y alegría de hombres y mujeres de todas las edades por arrancarse a bailar las danzas típicas del país y la región. Generalmente hombres bailan con hombres y las mujeres con mujeres por su lado aunque también se admitían grupos mixtos. 

Los gestos típicos en el varón: brazos extendidos, dedos chisqueantes y pies al ritmo de cada tonada. La mujer sin embargo no abre sus brazos sino que los que los mantienen cerrados haciendo movimientos circulares como si llamaran a alguien a acercarse a ellas. No nos dejaron descansar ni un segundo, era una boda, estábamos como otros invitados más y había que bailar y divertirse.




Otra danza muy recurrida consistía en cogerse de la manos en fila india hasta hacer un círculo que si viene más nutrido de la cuenta se comienza a cerrarse sobre sí organizando varias filas. El que dirige el baile a un extremo sostiene un pañuelo con una mano derecha y agarra con la izquierda a la de su compañero que hará lo propio con el siguiente. Los pasos sencillos consistentes en cruzar los pies y dar pataditas al aire se revelaron bastante divertidos cuando todos lo seguíamos al unísono.



Los novios vuelven a salir a bailar y los parientes empiezan a arrojar dinero sobre sus cabezas. Los billetes que lanzaban servían para augurar fortuna a los recién casados. Acercándonos detenidamente al dinero, nos dimos cuenta de que se trataban de billetes falsos que se pueden comprar por paquetes en el bazar para este tipo de celebraciones.



Por fin llegó la tarta. Varios pisos de pastel que luego también resultó ser falso. Un aparente ejemplo de repostería que quedaría muy bien en la foto, pero que en absoluto era comestible. El pastel de verdad vendría servido en platos para cada uno de los asistentes posteriormente.

Nuestro avión de vuelta a Estambul salía en apenas una hora y teníamos que abandonar, muy a nuestro pesar, aquella estupenda fiesta. Nos despedimos de mayores, jóvenes y niños que tan hospitalarios y fantásticos fueron con nosotros sin antes dar las gracias a los protagonistas del evento y desearles lo mejor.


Nunca pensé que me cruzaría con una boda en mi viaje a Antioquía. Pero he de admitir que fue tremendamente divertida e interesante desde el punto de vista cultural. Habrá que repetir.


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Las Bodas en Ruanda

Una Boda en Indonesia


martes, 1 de abril de 2014

           miCViajando cumple un año. En marzo de 2013, cuando estaba en Indonesia decidí ponerme a escribir algunas de las anécdotas, reflexiones y consejos sobre trabajos internacionales que había acumulado durante los últimos años. Quizás todo comenzó cuando en mi tablón de Facebook escribí mi anécdota favorita: venía del último de los siete primeros días de luto oficial en honor del Rey Padre de Camboya y me lancé a escribir. La acogida fue buena y ya empezaron a animarme a publicar entradas periódicamente. Meses antes en Tanzania, mi buen amigo Ilunga me retó a compartir mis experiencias y consejos de trabajo con otros jóvenes hispanohablantes. Todo aquello, y con la ayuda de mi gran amigo Víctor Santiago que diseñó el blog, fue el empujón definitivo para comenzar a escribir.



No siempre he podido ser tan constante como me gustaría, pero el trabajo, la falta de tiempo y la inspiración no siempre se alinean. Ésta es una exposición de buenas intenciones para recuperar el hábito con nuevas historias y reflexiones, pero sobre todo para dar gracias a aquellos que me han permitido tener historias que contar.

Las gracias van para mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo en cada uno de los destinos que he tenido la suerte de disfrutar. A mi abuela Isa le daría las gracias por inculcarme el amor por la cultura, la historia y el arte al llevarme casi cada semana cuando era pequeño a alguna exposición en un museo o al cine. A la idealizada sombra de mi padre que desde que tengo 6 meses de edad ha servido de rumbo e inspiración de lo que algún día espero llegar a ser, un caballero como él era. A mis abuelos Miguel y Ernestina, por haber sido mucho más que unos abuelos y a los que tanto extraño. A mi Yaya con la que conocí el cariño y el amor en su estado puro. A mi hermana, mis tíos y mis primos que me hacen sentir cerca aunque siempre esté lejos; que en la distancia, jamás son distantes.

Pero por supuesto, y de  manera más concreta a lo que se refiere el contenido de este blog, he de dar las gracias de manera individual a tres personas más:

A mi madre, Ernestina, mi inspiración, rumbo y descanso. La persona que todo lo ha dado por mí. Que con carácter, fuerza y valor renunció a todo para dar a sus hijos la mejor educación y así, las mejores oportunidades. Nunca olvidaré aquel almuerzo en casa, con 15 años, delante de un plato de macarrones cuando, de forma repentina me miró y dijo: quiero mandarte a estudiar fuera, quizás a Estados Unidos. Ese fue el comienzo. Conozco bien sus esfuerzos para hacerlo todo sola, y aunque algún día pueda devolverle lo pagado, jamás le podré devolver lo trabajado y sacrificado. A ella, gracias.




A mi tío padrino, que junto con su mujer, mi madrina de facto, creyeron en mí, me dieron su apoyo, invirtieron en mi educación y se convirtieron en una fuente inagotable de amparo. Me respaldaron para que viviera y estudiara de una manera, no sólo digna, sino también cómoda. Porque me tratan como a un tercer hijo. Porque me transmitieron el amor por viajar, por explorar, por aprender y descubrir cosas nuevas. Porque son el ejemplo de cómo vivir intensamente nuestra ciudad natal y al mismo tiempo aprovechar al cien por cien todo lo que el mundo nos ofrece. A ellos, gracias.


Y cómo no; gracias a todos aquellos que seguís este blog, que lo visitáis, leéis y comentáis. A los lectores de España, Estados Unidos, México, Argentina, Francia, Turquía, Reino Unido, Colombia, Georgia… Vuestro apoyo e interés me motivan a seguir escribiendo y compartiendo experiencias.


A todos, gracias.

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Un vistazo al CV





miércoles, 18 de diciembre de 2013

      Al viajar no sólo aprendemos historia, geografía y arte, no solamente nos topamos con distintas culturas… también nos hallamos rodeados de una manera de vivir la religión, de dar respuestas a las grandes preguntas de la vida y del universo, de percibir aquello transcendental a lo que mucho llaman Dios.

A lo largo de la historia, toda comunidad ha desarrollado su propia comunicación con Dios. Unos profetas o individuos especialmente espirituales traducían ese dialogo a la comunidad y los sucesivos creyentes la heredaban. El mundo es rico en diversidad y no es extraño pensar que cada sociedad haya interpretado o comprendido de manera diferente a  Dios. La palabra “amor” se expresa con vocablos distintos en cada idioma, pero todos se refieren a la misma realidad.



La sociedad actual podría ser dividida en dos grandes grupos de personas: el hombre ateo, por un lado, y el creyente y agnóstico, por otro. La lectura de la historia tiene así dos perspectivas.

El ateo ha sido capaz de encontrar en la psicología y en la mente humana los mecanismos más insólitos capaces de hasta “crear” a un dios. Está convencido de que dichos engranajes se pusieron a rodar por la mera necesidad del hombre de no sentirse solo buscando así un consuelo y un sentido a la vida misma. No obstante, el hombre, con esos mismos mecanismos no ha conseguido encontrar otros parches para solventar el resto de desdichas que la propia vida conlleva de manera natural.

El creyente, por otro lado, que tiene fe y que siente a Dios, reconoce en el resto de la humanidad a lo largo de la historia, no un mecanismo artificial para ser feliz, sino la constatación real de algo que se percibe, algo real, algo razonable. Un huérfano puede desear tener un padre pero su imaginación no le permitirá crearlo. De modo contrario, el hijo reconoce a sus progenitores por su presencia y su relación con ellos. Aquéllos que estén dispuestos y consigan comunicarse con Dios opinan que su relación con Él es innegable, es obvia, es la constatación de un hecho.

La siguiente cuestión es cuál es la religión verdadera. Es la gran pregunta. Muchos aceptan sin dudar la existencia de Dios, pero las religiones que hablan de Él o de Ellos parecen contradecirse. Entonces, ¿cuál es la verdadera? Esta pregunta, se podrá responder de tres maneras:

Una en cierto modo intransigente: sólo hay una; la mía.

La segunda formulación tendría que partir en su inicio desde el relativismo absoluto para ir encerrándose sobre sí misma hasta llegar a la conclusión de que la suya es acertada.

Finalmente, aquél que no sea capaz de reconocer la suya como acertada será en realidad agnóstico; es decir, reconoce o no niega el hecho religioso, pero no ha formalizado firmemente su relación y la del mundo con Dios ya que sus dudas son tan grandes como sus certezas.

Ya que la primera y tercera formulación no dan pie a un ulterior análisis (sino que concluyen con la simple respuesta “la mía” o “lo ignoro”), podemos seguir adelante desde la segunda postura relativista. Esta postura pretende conciliar la posibilidad de que todas las religiones establecen una legítima (y hasta cierto punto acertada) conexión con la deidad. En la actualidad parece ser una postura respetuosa, políticamente correcta y que permite el diálogo interreligioso sin que por ello se niegue la religión propia como adecuada. Así diríamos que reconocemos la existencia de lo transcendental, algo metafísico que va más allá de lo puramente material y que por tanto no se rige forzosamente por las mismas reglas del mundo físico. Dios existe y todas las comunidades en cada momento de la historia han entrado en contacto con él. La percepción es singular para cada caso. Este postulado se sustenta por el propio origen del mundo, la fe y la posibilidad de sentir la presencia divina a través de la oración.

En mis viajes por países musulmanes, judíos, cristianos, budistas o hindúes he podido ver a los adeptos de cada religión rezar a su dios o dioses. La sensación de que aquéllos en sus templos parecían percibir algo parecido a lo que un cristiano siente al rezar en una iglesia resultaba, a primera vista, evidente. Es la atmósfera especial que se respira en una iglesia, mezquita, sinagoga o pagoda que no se encuentra en una librería, un cine o un restaurante. Es la sensación de que la solemnidad de esos lugares acogen al hecho religioso.



Las religiones son entonces la construcción de ese diálogo entre una sociedad concreta revestida de una cultura e idiosincrasia propias con Dios. Así, desde el punto más relativista de esta formulación podríamos concluir que todas las religiones son medios de comunicación que conectan al individuo con lo trascendental. Si el fin de la comunicación es establecer este contacto, podríamos decir que siempre y cuando alguien sea capaz de acercarse a lo Trascendental a través de una u otra religión, esa religión será válida ya que ha alcanzado su fin.

Por tanto, toda religión que despierte el lado espiritual capaz de iniciar un diálogo entre el hombre y el ser superior es válido. Pero ¿es buena o verdadera? ¿es la que realmente define a Dios y se acerca a la verdad tal y cómo es? ¿Expone y describe el tipo de vida que Dios espera de nosotros? Poco a poco, iremos desprendiéndonos de ese relativismo inicial.

Para hacer frente a esta cuestión hemos de ir considerando ciertos puntos:

Los principios de la mayoría de religiones son bastante parecidos; dentro de cada religión hay pilares doctrinales básicos rodeados de elementos secundarios cuyo desvanecimiento no siempre afectan al corazón de la religión o de la fe, y finalmente, el aporte cultural de la religión define a la sociedad hasta el punto que la sociedad, por su propia cultura y a priori, sólo se podrá comunicar con Dios a través de esa religión y no otra.

Los principios básicos de casi todas las religiones establecen unos ejes que proclaman la paz social, la bondad por encima del mal y el amor a Dios a través de la oración, el buen comportamiento y el trato con aquéllos que nos rodean.

Entre el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam, los puntos comunes son mayoritarios y obvios al proceder todos de un tronco común del que se han ido derivando elementos distintivos hasta el punto de convertirlas en religiones independientes.

La Santísima Trinidad católica puede hallar paralelismos con la Trimurti hinduista. El hinduismo es una de las religiones vivas más antiguas del mundo. Se basa en un politeísmo nutrido de una multitud de deidades que en un momento u otro de la historia han entrado en contacto con el hombre. Los tres más importante son Brahma, Visnú y Shiva (conformando la ya mencionada Trimurti). Según sus adeptos, Brahma creó el mundo y todo lo que en él hay. Su paralelismo cristiano podría ser Dios Padre y Creador. Visnú, por otro lado, ha bajado a la Tierra en forma humana y de otras criaturas en multitud de ocasiones para salvar a la humanidad de su propio destino. Cada encarnación se denomina avatar y ve su reflejo en la propia encarnación de Jesucristo, que se hizo hombre para salvarnos. Para acabar, difícilmente encontraremos una relación clara entre Shiva y el Espíritu Santo. Mientras el Espíritu Santo es el propio aliento de Dios, señor dador de vida, expresión de amor entre el Padre, el Hijo y la humanidad, Shiva es la deidad destructora que da equilibrio a la actividad creadora de Brahma y protectora de Visnú.

 


Sin embargo, el hinduismo se va trasladando hacia un monismo teológico, es decir, la creencia en una sustancia divina que todo lo baña, Dios, y que se nos revela a través de los diversos dioses.

Quien viaje a Borobudur (en Indonesia), verá en uno de los templos budistas más colosales la representación del nacimiento y vida de Siddhartha Guatama, fundador del budismo. En esta antigua religión cuyo origen data del siglo V a. C. relata como la reina Maya tuvo un sueño con un elefante blanco al que la tradición llama “Animal Santo” (parecido a Espíritu Santo) que se encarnó en ella concibiendo así al joven Siddhartha, el futuro Buda, “el Iluminado”.



En el Corán, el nombre de Jesús aparece repetido más veces que el propio nombre de Mahoma. Se le reconoce como el penúltimo gran profeta, libre de pecado y nacido de una virgen, María. La única mujer con el honor de poner título a una sura coránica (capítulo en el Corán) es el de María, la Virgen según los cristianos. Aquel que crea en Alá habrá de creer y respetar a Jesús y sus enseñanzas, si bien no lo considerará Hijo de Dios o Dios en sí mismo. Consideran que la Trinidad cristiana es una confusión teológica entre 3 personas distintas: Dios, Jesús como profeta (no como dios) y el Arcángel Gabriel (y no como Espíritu Santo).

Representación coránica persa de Jesús y la Virgen María


Un misionero católico me explicaba las dificultades que habían tenido para evangelizar a muchas tribus Masai del norte de Tanzania y sur de Kenia, ya que la creencia autóctona de algunas de estas comunidades cristianas reconoce a un solo Dios que se hizo hombre y vino al mundo para nuestra salvación. Por qué cambiar una religión ancestral por otra extranjera cuando proclaman algo tan parecido, respondía ellos a los misioneros.



La palabra Alá, como Yaveh, no son nombres distintos para Dios, sino que es la traducción al árabe o al hebreo de una realidad atemporal y universal, “Dios”. De este modo los cristianos arabo parlantes del Líbano llaman al Dios cristiano “Alá”, lo mismo hacen los cristianos de Indonesia y Malasia. Alá no es el nombre de Dios, es el vocablo que designa a Dios.






En el Sintoísmo japonés, sus seguidores han percibido la presencia divina en la naturaleza y en el respeto y devoción a sus antepasados. ¿Cuántos en Occidente se han acercado a Dios a través de los que han perdido, de sus difuntos? Por medio de la profunda convicción de que esos que ya no viven no han dejado de existir, siguen ahí.

Las reflexiones y comparaciones pueden prolongarse hasta hacernos caer en la cuenta de que son muchos los vínculos y puntos en común entre las creencias que comunidades separadas entre sí por kilómetros y siglos han establecido o percibido.

Ha estos pilares se les añaden dogmas más o menos importantes. En ocasiones parecen mitológicos, superfluos, que aportan poco a la esencia de la fe. En otras ocasiones son verdades incuestionadas en el pasado que con el tiempo se han visto matizadas o corregidas. Esta misma corrección pone de relieve su posición secundaria, ayudándonos a vislumbrar la pureza de la religión… esa misma pureza que se asemeja, nuevamente, a la esencia de otras religiones.

Querríamos, sin ninguna legitimidad, decir que no puede existir una religión buena, correcta o válida que no busque la paz social y el bien por encima del mal. Sería difícil admitir como religión legítima para comunicarse con Dios alguna de carácter pseudo-satánica, por ejemplo. Y es que el creyente de las grandes religiones suele encontrar en el Ser Trascendental una fuente de felicidad y de paz que llena su espíritu y cuya manifestación mundana más parecida se encuentra en el amor entre familiares, parejas y amigos, que en tanto que amor, es fuente de bondad, fuente del bien. El relativismo inicial empezaría a quedar acotado entonces por el fin social y bondadoso que toda gran religión proclama.



Por último, hay que aclarar la interrelación entre la cultura y la religión para entender por qué alguien reconocerá una religión cómo validad para sí y no otra. Una comunidad cristiana se sentirá cómoda con el cristianismo para acercarse a Dios en tanto y cuando su cultura encaja bien con el cristianismo. Pero no es menos cierto que su cultura encaja con el cristianismo precisamente porque el cristianismo ha perfilado a esa misma cultura con sus elementos básicos. Así, el creyente en Cristo admitirá que la iglesia cristiana le permite conectar con Dios en tanto y cuando sus principios, su lenguaje y mentalidad; es decir, su cultura, se acomoda y adecúa bien al cristianismo, sin quizás darse cuenta de que en parte, su cultura es la que es gracias al cristianismo. Esto se podría recrear nuevamente con el resto de religiones.

No obstante, en algunos casos, personas pertenecientes a una comunidad con un credo mayoritario reconocen por una u otra razón que la religión con la que nacieron y se criaron no establece los vínculos adecuados para conectar con Dios y así, después de una búsqueda espiritual, encuentran otra que les permite iniciar el anhelado diálogo con lo divino.

Llegado a este punto concluimos que desde el punto de vista de un creyente, Dios existe, que todas las culturas lo han percibido de una manera u otra estableciendo un compendio de principios y ritos litúrgicos que ayudan al individuo a conectarse con Él, que estas religiones nacen en un contexto cultural que puede determinar sus propias características y que a la vez pueden determinar las características de otras culturas (nuevas, derivadas o a las que la religión de un lugar original se extiende). La conclusión del creyente termina estableciendo que cree en Dios, que lo percibe y siente, que su religión le sirve para contactarle, que los dogmas y mandamientos son propios de su cultura y que con ellos se puede alcanzar la felicidad y la paz social. La fe, añadida a todo esto, termina reforzando la idea de que es su religión y no las otras, la verdadera, si bien puede respetar al resto aunque los considere equivocados en mayor o menor medida.


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La Vida en un Monasterio Budista



sábado, 2 de noviembre de 2013

 Sorprendido me di cuenta de que la boda a la que asistí en Indonesia tenía mucho en común con la que disfruté en Ruanda. En esta ocasión me invitó una amiga de los contrayentes.

Las bodas en Indonesias dependen de la religión que se procese y del grupo étnico al que se pertenezca. No obstante, en general nos encontraremos ante 2 o 3 momentos significativos de la celebración: la celebración religiosa, la celebración tradicional o tribal y el convite.

Indonesia abarca la mayor comunidad musulmana del mundo siendo el 90% de su población adepta a esta fe. No era de extrañar por tanto, que los novios se casarán bajo el rito mahometano. La ceremonia religiosa suele ser íntima, con los familiares y amigos más allegados. Tiene lugar temprano por la mañana, entre las 6 y las 9 am. Yo no asistí a este evento y fui directamente a la celebración. Tengo entendido que la novia se cambia de vestido y transcurren unas pocas horas hasta que la segunda fase de la boda comienza.



Era medio día. Estaba en la entrada de aquella gran y espectacular sala de ceremonias. La calzada que conducía hasta el recinto se hallaba atestada de grandes y coloridos paneles que los invitados enviaban felicitando a los novios. Las floristerías están especializadas en la ejecución de estas grandes felicitaciones y es que se sabía que había una boda en cualquier punto de la ciudad si a decenas de metros se comenzaban a divisar dichas pancartas floridas.




Todo el mundo vestía sus mejores galas y sus correspondientes estampados dependiendo de la tribu a la que pertenecían. De este modo, familias completas iban perfectamente conjuntadas. No era lo mismo ser sundanés que javanés, las dos etnias mayoritarias de la isla de Java, por ejemplo. La camisa estampada típica de indonesia se llama batik. Como decía, con sólo observar los patrones era posible situar la procedencia del portador: etnia, tribu, clase y poblado. Los autóctonos admitían sin embargo que esto está cambiando ya que la entrada de China en el mercado indonesio con su hiperproducción está haciendo que estos esquemas se tambaleen.

Un ejemplo de la divertida evolución del batik hoy en día: el Real Madrid

Al comienzo de la sala, un libro de firmas y una urna para dejar sobres con dinero para los novios. También regalaban un recuerdo para los asistentes. Los invitados estaban resplandecientes deslumbrando con aquellas estereotípicas clase y elegancia asiáticas. 

Todos se colocan de modo que conforman un pasillo humano preparados para la llegada de los novios. Llega el momento. La flamante pareja entra en la sala. Su vestimenta no podía ser más impresionante. Pesadísimos bordados, maquillaje, complementos, joyas y metros de tela que retorcían sobre sí representaban el máximo exponente de la tradición en un día tan importante. Cada tribu tiene su propio traje: el de los javaneses es impresionante.

Como curiosidad, se puede decir que la novia, si bien no puede enseñar el cabello por respeto al Islam, sí se pinta un flequillo en la frente ya que así lo indica la costumbre javanesa.

Él era juez y ella dentista. Avanzaban con cortísimos pasos por aquel pasillo humano mientras un profesional de la danza javanesa representaba los bailes armónicos y tradicionales de Java y abría el paso para los novios al son de unos mantras en lengua local.





Ascienden al escenario donde, acompañados de sus padres comenzarán a recibir a todos los invitados que como en una recepción en un palacio real europeo se irá desarrollando durante horas. Los novios y sus padres no tienen permitido sentarse. Tendrán que recibir las felicitaciones de todos los allí presentes. Para ello, los invitados se ponían en cola de una manera claramente jerárquica por posición social, relación familiar y finalmente edad. La cola era tan larga que el almuerzo empezó a servirse. Se trataba de un nutridísimo bufet de comida típica indonesia. La gente se servía y permanecía de pie mientras charlaba y esperaba su turno para ponerse en cola.

Cuando los asistentes terminaron de saludar a todos y se hicieron un par de fotos de familia la boda había acabado sin más. Aquéllos que habían comido y presentado sus respetos a los esposos se iban marchando poco a poco hasta que ya casi no quedó nadie.

No hay alcohol ya que son musulmanes, pero tampoco hay música ni más fiesta. Lo que sí hubo fue un derroche de elegancia, tradición y buena comida que me permitieron disfrutar y conocer mejor en qué consiste una boda en Indonesia.


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Las Bodas en Ruanda


domingo, 27 de octubre de 2013

           En casi todas las sociedades las bodas son el centro de la vida de cada persona y por ende de la comunidad convirtiéndose en el acto social por excelencia. En cada país, con esta excusa los invitados, como si de una obra teatral se tratara, forman parte de un escenario particular en el que las tradiciones, la cultura y las mejores galas se sacuden el polvo.

Una de las mejores maneras de adentrarse en los entresijos culturales de una sociedad es a través de las celebraciones de nuevas uniones en matrimonio de sus miembros. El único problema es que hay que ser invitado… Yo tuve la suerte de ir a una en Kigali durante mi estancia en Ruanda.

En aquella capital africana, residí durante un par de semanas en un hostal mientras buscaba piso. Allí me hice amigo de un viajero estadounidense. Un buen día pasó por el hostal contándonos que estaba invitado a una boda y que tenía permiso expreso para llevar a algunos amigos. Era una oportunidad divertidísima para conocer mejor la manera de vivir de los ruandeses aparte de una excusa para pasárselo bien.

Una típica boda ruandesa consta de tres fases a la que se le puede añadir una cuarta. La ceremonia religiosa, una sesión de fotos de protagonistas e invitados (esta podría ser prescindible), el convite y la “mudanza” de la novia (Gutwikurura).


Los contrayentes eran cristianos protestantes así que la ceremonia religiosa tuvo lugar en la iglesia de su denominación por la mañana. El acto no distaba demasiado de una celebración religiosa a la occidental. Traje blanco y voluminoso para la novia. Chaqueta y corbata para el novio y mayoría de caballeros. El código de vestimenta entre las invitadas era más flexible: a la occidental, a la africana (estampados y tocados autóctonos) o más concretamente, a la ruandesa, con una tela anudada sobre uno de los hombros.



La ceremonia fue conducida en la lengua local: el kinyarwanda. El pastor protestante fue tan amable de resumir su sermón en inglés teniendo en cuenta que había un reducido grupo de extranjeros (nosotros) entre los asistentes.

De allí nos trasladamos en minibuses provistos por los contrayentes hasta unos populares jardines para hacernos las fotos de familia para inmortalizar el día. Eran muchas las bodas que se celebraban aquel día y todas eligieron los mismos jardines.

Posteriormente nos llevaron al lugar de la celebración en sí. Un local amplio, muy bien acondicionado y dispuesto en forma de escenario acogería a los invitados sentados entre “el público” por un lado, y los novios, damas de honor y padrinos quedarían expuestos sobre aquel “escenario” por otro. No había comida… ni alcohol… pero había refrescos. Los camareros repartían a cada invitado una botella de Coca-Cola, Fanta o Sprite con una pajita mientras el sonido del destapar de las chapas se repetía rítmicamente por toda la sala.



El recinto estaba lleno. Todos permanecíamos expectantes contemplando a los novios que presidían el evento desde lo alto. La música comienza a sonar. Era música en directo, folclore ruandés, instrumentos autóctonos. Las puertas traseras se abren. Entra en la sala un grupo de baile ataviados con trajes y vestidos típicos del país separados en dos filas: hombres en un lado y mujeres en otro. Los movimientos son pausados, rítmicos, muy armónicos y elegantes. Los varones portan lanzas. Los contrayentes contemplan el espectáculo de pie. El despliegue de bailarines toma la zona delantera del recinto, diáfana y sin invitados para mostrar sus destrezas en el campo de la danza.





Llega el momento en que el baile alcanza su postura más famosa y estereotípica: hombres y mujeres elevan los brazos algo arqueados y se desplazan lentamente al son de la música. Esta postura de los brazos emula a los cuernos de las vacas ruandesas. Un animal que recibe un respeto y afecto de la población local extraordinarios. Las vacas ruandesas, además de ser francamente bonitas, dan una leche de alta calidad (aunque en menores dosis diarias que las europeas). No es por nada que en Ruanda, uno de los mayores piropos que un hombre puede regalar a una mujer es decirle que tiene “ojos de vaca”.







La danza, que ameniza la ceremonia, va siendo interrumpida por los momentos cumbre y a veces hasta pesados de las bodas de la región: los discursos. Allí todo el mundo tiene turno de palabra. Padres, padrinos, abuelos, hermanos, representantes y jefes del clan, familia, tribu; amigos, compañeros de trabajo y juegos de la infancia… todos… Y cada discurso es largo y en lengua local. En este momento también tienen lugar las entregas de regalos.


Tras varias horas de celebración pasiva nos desplazamos a una nueva ubicación: la casa del novio. Esta última fase se podría llamar la de la “mudanza de la novia” (Gutwikurura). La tradición indica que esta celebración tenga lugar una o dos semanas después de la boda, pero como los propios asistentes al evento explicaban, la vida moderna impide prolongar los festejos tantos días obligando a fusionar varias celebraciones en el mismo día.


La idea detrás de este acto es la siguiente: la novia, después de la boda se muda a la casa del novio. Allí quedará recluida junto con su flamante marido durante un tiempo (una o dos semanas) sin ninguna obligación doméstica: no cuenta ni con instrumentos ni con sus pertenencias. No puede mover un dedo. Sólo podrá descansar y pasar tiempo con su esposo que hará lo mismo. Después de este periodo, las familias y amigos de los recién casados se dan cita en su casa para reafirmar la aceptación de la unión (más y más discursos), comer (sirven buffet) y traer todas las pertenencias de la novia, muchas de ellas, en las tradicionales cestas ruandesas (símbolo del país).






Para llegar a la casa del recién estrenado marido, compartimos coche con unos amigos de su familia. Como curiosidad diré que en Ruanda, en 2013, las calles no estaban nombradas. Para llegar a un sitio había que dar lugares conocidos como referencia y para indicar la celebración en una casa concreta se ponen ramas de bananera en las esquinas de las calles que conducen a la vivienda o local del evento.

En el jardín del contrayente había instalada una carpa, comida y como decía antes: discursos. Durante esta ceremonia la novia lleva el vestido tradicional ruandés. Los recién casados brindaron con Fanta... y en fin, la boda había concluido. Ya eran marido y mujer. Y aunque esperábamos algo de fiesta y bailes al final… el evento se había alargado un poco y los invitados se fueron en lugar de comenzar lo que nosotros entenderíamos por una fiesta a la occidental.


Una experiencia fascinante y ¡qué vivan los novios!



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