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viernes, 15 de marzo de 2013

Último de los siete primeros días de luto oficial por el Rey Padre de Camboya

1 comentario:
 
(Publicado en mi cuenta de Facebook el 24 de octubre de 2012)


            Hoy ha sido un día especial. Algo fascinante me ha ocurrido. Hoy he vivido una de las experiencias culturales más interesantes de mi vida. Llevo en el Reino de Camboya dese hace poco más de un mes y medio, pero ha sido esta tarde cuando he sentido la ciudad, la gente, la cultura y la religión de una manera insólita.


Hace exactamente 7 días murió el Rey Padre de Camboya, Norodom Sihanouk. Yo estaba en Indonesia de viaje cuando me llegó la noticia y lamentaba no poder estar en dos sitios a la vez para poder continuar mis vacaciones por la isla de Java sin perderme los oficios fúnebres del que fue Rey y por tanto guardián de la espiritualidad del Budismo Theravada del Reino Jemer. A mi llegada al aeropuerto el pasado lunes, observé su fotografía envuelta en guirnaldas negras y blancas a la que un pasajero le hizo reverencia al caminar por delante. La carretera que me llevaba hasta mi casa estaba interminablemente flanqueada por banderas de Camboya a media asta y más fotografías del monarca. Esa misma carretera había estado atestada de ciudadanos fieles a su rey la semana anterior cuando el féretro llegó al aeropuerto desde Pekín y era transportado hasta el palacio real. Aquella multitud lo acompañó de principio a fin. En la oficina todo el mundo parecía triste; muchos llevaban un lazo negro enganchado a su camisa y agradecían el pésame de un extranjero. Parecía tarde, pero aún quedaban honores que presentar a tan ilustre difunto, si tenía la oportunidad de asistir a algún oficio, no la dejaría pasar.



Aquella tarde como toda la semana anterior miles de camboyanos se postraban ante la portada principal de palacio en interminables rezos. Quería asistir; no obstante, la fuerte lluvia me desanimó y decidí posponer mi visita al día siguiente; es decir, esta pasada tarde. El luto oficial en honor a S.M. Sihanouk se celebra en dos etapas, una primera de duelo durante las siete jornadas inmediatas a su muerte y un segundo periodo que se alargará hasta tres meses. Hoy ha sido el último de esos siete primeros días de duelo nacional. 


A la salida del trabajo me dirigí hacia el Palacio Real. Un moto-taxi me llevaría por 5.000 riales, es decir, un euro. Al entrar en la avenida principal comencé a percibir algo singular. Un tráfico de motocicletas y tuk-tuks (transporte típico consistente en una moto conectada a una cabina para varios pasajeros) especialmente abundante se dirigían en la misma dirección. Todos ellos vestían camisas blancas. Era obvio que iban al mismo sitio, pero desde luego conocían mejor el protocolo que yo: mi camisa era de cuadros, un detalle más a sumar a mi facciones obviamente occidentales para no pasar desapercibido.


El conductor me condujo hasta donde las fuerzas del orden le permitían. En cierto punto era necesario caminar. La multitud de camisas blancas me guiaba hacia la explanada ajardinada entre la orilla del río Mekong y la residencia de Su Majestad. Por el camino repartían gratuitamente velas, palos de incienso y agua. Ante mí la multitud ahora se contaba por miles, la mayoría sentada ante la fachada principal que lucía bombillas en todas sus esquinas y bordes. Cada individuo, familia o grupo de amigos permanecían en el suelo, guardan cierto espacio entre ellos y sus vecinos de oración para colocar sus velas encendidas y aromatizar su pequeña parcela con incienso. Poco a poco me fui adentrando entre ellos. Unos me miraban y sonreían otros quedaban en el trance de sus mantras. Los civiles ocupaban dos tercios de aquella explanada reservando el tercio restante a los monjes budistas que de manera disciplinada formaban filas en el centro de aquel prado de fieles.



Muchos se levantan, se asoman entre las masas, agitan sus manos, ¿a quién saludan? Es el actual Rey Sihamoni, hijo del difunto monarca quien ya había abdicado años atrás. Intento acercarme entre aquellas personas y alcanzo una buena posición. Puedo verle bien. Saluda a su pueblo que le impide el paso para poder hablarle o tocarle. Con una sonrisa eleva sus manos en signo de saludo a los allí presentes quienes a su vez responden con euforia. S.M. Sihamoni toma el puesto que le corresponde y yo ya aguardo sentado en el céntrico sitio que había conseguido: entre los civiles y a escasas 5 personas del colectivo religioso budista ataviados con sus túnicas color azafrán. Comienza la oración colectiva guiada por los altavoces. En forma de cantos, el líder de los rezos invita a los seguidores a decir “saatu” (parecido a nuestro amén) al final de cada mantra. Los jemeres (grupo étnico inmensamente mayoritario en el país), descalzos sobre el césped, unen sus manos y oran por el alma de su Rey.




El altavoz sigue recitando los credos, pero la gente pierde la atención, hay gritos, todo el mundo mira al cielo. En la nublada noche, un claro en aquel firmamento encapotado permite ver la luna. Hace dos días los jemeres de Phnom Penh y todas las provincias de Camboya, además de otros ciudadanos de la región del sudeste asiático miraban al firmamento con asombro reconociendo en la luna la cara de su difunto monarca. En cuestión de minutos todo el mundo en el país aseguraban poder ver el rostro de Sihanouk en el satélite. No es una broma, no es el fruto de una alucinación colectiva guiada por alguien con intereses ocultos. Camboyanos de alta educación y mentalidad racional rompieron algunos de sus esquemas al reconocer la imagen de Su Majestad en aquella luna creciente. Al día siguiente, los periódicos daban fe de lo ocurrido y del testimonio colectivo de ciudadanos de la urbe y campesinos de las zonas más incomunicadas. Aquellos que aseguraban haber visto lo que no podían creer admitían que las fotos tomadas no hacían justicia ni eran claras en comparación con lo divisado la noche anterior. Es así como cuando aquel claro de luna irrumpió en la ceremonia durante escasos segundos el pueblo alzó la vista esperando ver de nuevo la faz de su querido Rey Padre. A mi alrededor muchos lloraban, otros llamaban por teléfono para comunicarse con sus conocidos de lo que podría ser un nuevo milagro. He de admitir que no me dio tiempo ni tampoco me alcanzo la vista para percibir nada.

La ceremonia se prolonga. Allí estaba yo, solo, un europeo entre miles de jemeres, sosteniendo una vela y unas varas de incienso. Contemplaba la enorme fotografía del homenajeado colgada de la fachada principal del ilustre edificio. Norodom Sihanouk era un rey querido por su pueblo. Fue sin duda una de las figuras más interesantes y controvertidas a la par que trascendentes en la historia reciente de Camboya. Cuando S. M. Sihanouk ascendió siendo joven al trono, el color de Camboya y Francia seguían siendo el mismo en los mapas políticos de todo el mundo. El reino era aún protectorado de la república. Fue Norodom Sihanouk quien emancipó a su país de la subordinación colonial. Una vez convertido en rey de un estado independiente abdicó en su padre para así poder iniciar su carrera política ya que la jefatura del estado comprendía valores simbólicos y apenas nulos poderes fácticos. Su negativa a colaborar con Estados Unidos en plena guerra de Vietnam cediéndoles derecho de paso para atacar la frontera este del país vecino invitaron al país americano a auspiciar en 1970 un golpe de estado liderado por el general Lon Nol, en este caso plenamente pro estadounidense. En su exilio en Corea y China, Sihanouk conoció un pequeño grupo por aquel entonces minoritario y enemigo del régimen americanófilo, era Pol Pot y sus jemeres rojos. Aquellos hombres educados con excelencia en la antigua metrópolis francesa, planteaban su restauración en el trono y la liberación de la sombra estadounidense sobre el país. Sihanouk, que veía en los pactos con Washington DC una mutilación de su soberanía reconoció más tarde que deseaba una Camboya independiente aunque por ello tuviera que ser comunista. Con el acuerdo entre el monarca y la guerrilla roja, esta última pasó de ser una agrupación política-militar extremadamente minoritaria a convertirse en un frente masivo nutrido con la población rural que se levantaban en armas sin conocer las enseñanzas de Mao, pero sí dispuesto a morir por su rey. Eran así monárquicos y no comunistas los que pastoreados por Pol Pot tomaron Phnom Penh en abril de 1975. Al rey lo trajeron de vuelta desde el exilio para mantener contenta a la ciudadanía. No obstante el Rey se convirtió enseguida en verdadero prisionero en su propio palacio para que tiempo después fuera nuevamente devuelto al exilio. En la década de los noventa, una vez caído el régimen de los Jemeres Rojos que se reveló como uno de los mayores perpetradores de crímenes contra la humanidad de la historia, pasada la ocupación vietnamita y el mandato de las Naciones Unidas, Camboya volvía a ser plenamente independiente, la monarquía era restaurada y el Sihanouk retornaba a su trono. A comienzos del siglo XXI, por razones de salud decide abdicar. El Consejo del Reino encargado de nombrar a nuevo rey apunta a su hijo, S.M. Sihamoni. Sigue este procedimiento y no es un nombramiento automático ya que Camboya es una de las pocas monarquías electivas. No es hereditaria. Es un cónclave de próceres el que encarna el deber y la responsabilidad de decidir quién será el nuevo monarca entre aquellos miembros de la familia real que sustituirá a su predecesor por razón de fallecimiento o, como en este caso, abdicación. 

La oración finaliza. Los monjes budistas se ponen en pie y comienzan a abandonar el improvisado templo al aire libre. Me cuelo entre ellos, junto con otros pocos civiles para ir abandonando el lugar. Las monjas budistas van bendiciendo el camino por el que los religiosos pasan. ¿Qué pasaba por la mentes de todas aquellas personas que con ojos cerrados seguían rezando? ¿Qué sentían? No creo que sea demasiado diferente de aquéllo que sienten los católicos, musulmanes o judíos cuando se hallan en lo más profundo de sus plegarias. En aquella explanada se respiraba un ambiente distinto, espiritual, algo intangible y a la vez perceptible. No era un día más atestado de turistas, ahí había algo. Son muchos, empezando por los propios adeptos, los que se empeñan en decir que el budismo no es una religión si no una forma de vida. De hecho es la versión oficial transmitida en libros y colegios. Yo les digo que discrepo y que su concepto de religión es probablemente limitado y simplista. El budismo no es considerado como religión por no creer en Dios. Pero, ¿es esa la condición sine qua non para que exista hecho religioso? Opino lo contrario. Una comunidad que respeta una dogmática, que sigue una liturgia, que no sólo busca un sentido a su vida con una filosofía agnóstica sino que la llena de espiritualidad, de misticismo, de creencia en el más allá, en los espíritus, en la reencarnación, en el nirvana... Quizás no haya Alá, Yaveh o Vishnu, pero es innegable que el budismo, al menos el más mundano, no se queda en una filosofía materialista de lo que se puede tocar y ver... atraviesa fronteras más propias de la teología que de la filosofía. Camboya, donde se práctica mayoritariamente el Budismo Theravada tiene como lema nacional “Nación, Religión y Rey”. Esos tres pilares estuvieron presentes esta tarde y no eran “Nación, Filosofía y Rey”.




Tenía hambre y un joven muchacho que hacía su agosto vendiendo palomitas permanecía de pie en una esquina. Pregunté el precio de un paquete, y aunque me respondió con un desorbitado “un dolar”, decidí no regatear escasos céntimos. Sin embargo,, quedé allí parado, aguardando al siguiente cliente que sin duda pago un precio inferior. Mi precio es el de ser blanco. Sucedía lo mismo en África y a veces se responde con resignación y otras con ganas de luchar. Hoy tocaba la primera. En cualquier caso me dio tiempo a sonreírle para hacerle entender que me había dado cuenta. Su sonrisa fue más pícara que la mía. 






Me aventuré de nuevo hacia la fachada principal, donde la población continuaba, esta vez sin guía espiritual, sus plegarias. Un joven camboyano me paró entonces preguntándome con buen inglés que si estaba solo. Me dijo que me conocía, que me había visto en el Latin Quarter anteriormente. El Latin Quarter, barrio latino, era un restaurante frecuentado por hispanos ademas de otros expatriados y pocos camboyanos donde la comida y la música te teletransporta de Camboya hasta cualquier país de la comunidad hispanohablante. No le culpo por recordarme, es más fácil quedarse con al cara de un expatriado aquí que con la de un nacional por razones obvias, empezando con las cuantitativas. Este simpático camboyano me explicó varias cuestiones en referencia a la ceremonia que allí tenía lugar. Confesó ademas su amor por el Rey y el mágico avistamiento en la luna dos noches antes. También me informó de que el Rey y la Reina Madre se presentarían ante la multitud en las siguientes horas. Fue en ese momento cuando comenzó a llover. Cada gota era densa y pesada. Mi nuevo amigo me pidió la lámina de plástico que rodeaba mis palomitas. Yo no entendía muy bien por qué y se la di. Me aclaró que era para proteger su móvil del agua de la lluvia. Iluso de mí; pensaba que con guardarlo en mi bolsillo sería suficiente. Un hombre empezó a repartir bolsas de plástico y me convencieron para tomar una. La lluvia enseguida se vigorizó e intentamos refugiarnos bajo el saliente de la entrada principal de Palacio sin éxito ya que había ya un alto numero de personas afinadas huyendo del chubasco. Algunos aplaudieron a la lluvia y otros soltaron un grito de terror con el primer relámpago. Lo que era chispeo se torno en brevísimo diluvio, pues en apenas 25 minutos, había inundado calles y aceras. No tenia sentido correr, no había donde refugiarse., Mi casa estaba demasiado lejos y no cabía la posibilidad de conseguir un tuk-tuk o taxi... todos los que podía haber ya estaban ocupados. La imagen era inquietante y espectacular. El silencio se convirtió en ruido. De un lado, la gente corría por todas partes, del otro, una inmensa multitud optó por sentarse y continuar sus oraciones bajo aquel chaparrón. Mis pies empapados trataban esquivar charcos con inocencia infantil y por supuesto, fracasaban repetidas veces. Una oleada de gente transitaba las calles, los coches salpicaban agua, los niños jugaban en los charcos y hasta dos de ellos correteaban absolutamente desnudos entre tuk-tuks y por las inundadas carreteras.



En efecto, fue una tarde especial. Como especial había sido Sihanouk para su pueblo que hoy, y desde hace una semana, ha demostrado amor y fidelidad a su estadista, monarca, padre de la independencia, político, colaboracionista de los Jemeres Rojos, cineasta, exiliado alrededor de Asia, prisionero en su propio palacio y depositario de un profundo respeto de su pueblo camboyano.

1 comentario:

  1. Quizás este sea mí artículo favorito de tu blog.
    Apasionante.
    TPC

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