Cuando mi madre me enseñó a bailar sevillanas en
aquel verano, pocas semanas antes de la Feria de Málaga, no me podía imaginar
que habría un día en que me servirían para ganarme la vida.
Estaba haciendo prácticas en Camboya, para la
Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU. Se trataba de mi
enésima pasantía y último contrato no remunerado. El dinero ya se acababa,
todas las becas estaban liquidadas y pedir más dinero a la familia rozaba la
desfachatez. De modo que decidí exportar algo de la tierra y que no se me daba
del todo mal: las sevillanas.
Pocos días antes de marcharme vi en un foro de
expatriados residentes en Camboya que una organizadora de cursos y talleres
buscaba gente capaz de enseñar algo. Enseguida respondí al anuncio ofreciéndome
a dar clases de sevillanas o de español… Las de español no llamaron mucho la
atención, sin embargo nuestro pintoresco
baile resultaba más llamativo para esta empresa. Así que acordamos una cita
para cuando llegara a Phnom Penh.
Ya en el colegio mayor en Madrid había enseñado a
varios amigos que se preparaban para la “Feria de Abril” de Ciudad
Universitaria. Lo mismo hice en la Embajada de España en Washington D.C. con
algunos funcionarios y repetí con un grupo de amigos de las más diversas
nacionalidades en Arusha, Tanzania.
Y llegó el día la reunión en aquella academia… La
recuerdo como una de las anécdotas más divertidas y, sin mentir en ningún
momento, fue todo un despliegue de cara y sinvergonzonería.
-
- — ¡Sí!
Encantado. Muchas gracias por venir. Voy a mostrate la sala para ver si
efectivamente es apropiada para las clases. (pasamos la habitación contigua:
suelo de baldosas, cuarto muy espacioso, con mesas, sillas y un proyector).
- — Mmmm,
sí, sí… Es bastante amplia (comienzo a inspeccionar cada rincón con pronunciada
profesionalidad)… ¿Qué tal la acústica…? ¿Entra bastante ruido por las
ventanas, no?
- — Oh,
no te preocupes, una vez cerradas no se oye nada (efectivamente, la sala quedó
en absoluto silencio).
- — Siguiendo
con la acústica que antes mencionaba… voy a dar unas palmas a ver cómo resuena…
(en ese momento improviso unas palmitas a compás de bulerías)… bien, bien. Con
respecto al suelo… es una lástima que no sea de madera… permítame si… (de
repente me marco un breve taconeo)… bien, bien, no va mal.
- — Me
alegro de que todo esté en orden. ¿Algo más sobre la sala?
- — Bueno…
es una lástima que no haya un espejo que permita a los alumnos verse mientras
bailan…
- — … Bueno, comprar un espejo supondría gastos y si es necesario, eso podría
complicar la programación de la clase…
- — ¡No
hay problema, no hay problema! No hace falta espejo. Nos apañamos.
- — Y
bueno, háblame de tu experiencia… ¿cómo aprendiste? ¿has enseñado en el pasado?
- — … Bueno,
las sevillanas es un baile popular, del pueblo… y por tanto yo lo aprendí en
familia, de mi madre… Y sí, en Madrid, Washington y Tanzania he enseñado a más
gente; todos pertenecientes a culturas musicales muy diversas.
- —
¿Cómo
las enseñarías? ¿Cuánto tiempo sería necesario?
- — Empezaría
por la teoría (en ese momento me hago dueño de la pizarra y esbozo un esquema
donde aparecían reflejadas la primera, la segunda, la tercera…) y enseguida les
pondría a bailar en parejas afianzando cada paso. Sobre cuánto tiempo sería
necesario… todo depende de qué grado de dominio se desee.
— ¿Qué tal un
día? Porque dudo que los alumnos deseen comprometerse a un curso de más de un
día…
— ¿… Un día…? mmm... Claro… claro… pero habrá que trabajar duro…
- — ¡Estupendo!
Organizaremos un curso intensivo de sevillanas, nos haremos cargo de la publicidad,
del desayuno y merienda, ponemos la sala, electricidad, aire acondicionado… y
nos quedaremos con un 50%...
- — (En
fin, qué remedio…) De acuerdo. Trato hecho.
Y llegó el día. Un curso intensivo de 10 de la mañana a 8 de la tarde. Enseñar todas las sevillanas en un sábado a alumnos de todas las edades y nacionalidades: Camboya, Francia, Italia, Bélgica, Australia, Suiza, etc… Fue un éxito. Una jornada agotadora, pero muy divertida y puedo decir orgulloso que aprendieron el baile andaluz por excelencia.
Pero bueno, el sistema de reparto de beneficios no me parecía equitativo. Por otro lado la mayoría de los alumnos querían seguir con las clases. Así nació la idea de comenzar a dar dos lecciones semanales de hora y media: los lunes y martes a 10 dólares por persona y por sesión. ¿Dónde podría continuar las lecciones? Pues sólo había un sitio que lo mereciera y era mi querido Latin Quarter, célebre restaurantes de comida hispana en pleno centro de Phnom Penh. Lo regentaba un uruguallo llamado Diego; un buen amigo que ha vivido y trabajado por todo el mundo y que decidió ofrecerme su local para dar las clase. A él le doy las gracias pues no sólo me permitió sustentarme económicamente sino que en su local pasé momentos muy divertidos. Allí perfeccionamos el baile y lo completamos con modalidades en círculo, de tres y hasta en una silla…
Al marcharme del Reino de Camboya dejaba grandes amistades detrás, colegas de la oficina fabulosos, pero también un puñado de alumnos con los que compartí grandes momentos además de mi cultura.
Evaluación final: un sobresaliente a todos ellos.
Sigue leyendo otras anécdotas que tuvieron lugar en Camboya o en otros países:
Soy testigo de ello!!!! Manuel Miguel Vergara Cespedes.................un GRANDE con todas la letras!!!!!
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