Durante
mi viaje a Myanmar (Birmania), disfruté especialmente del día que pasé en la ciudad de
Bago. Allí se encuentra el segundo monasterio busdista theravada más grande del
país. La visita no estaba organizada. Un motorista que me presentaron en un
restaurante al lado de la parada del autobús se ofreció a enseñarme lo más
importante de la ciudad incluyendo una ilustrativa visita al monasterio de los
seguidores de Buda.
Del
mismo modo que el Cristianismo está dividido en ramas como la Ortodoxa, la Católica, la Protestante; o el Islam entre sunníes o shíitas, principalmente; el
Budismo se halla escindido en dos grandes grupos: el Theravada y el Mahayana. Se
suele describir uno y otro a grandes rasgos con una simple carácterística: su
grado de dureza. Mahayana significa “gran vehículo”, un camino más flexible
en el que más personas caben en su anhelos por llegar al Nirvana. Theravada,
que denota “pequeño vehículo” parece más selecto y sus inquebrantables normas
de conducta restrigen a sus seguidores su llegada a la liberación del deseo y
de la rueda de la reencarnación. Mientras
la denominación Mahayana cuenta con más adeptos en China y Mongolia, aquellos
creyentes del Budismo Theravada son mayoría en el Sudeste Asiático budista.
Birmania es uno de estos países.
Así
pues, el monasterio Kha Khat Wain Kyaung era
budista y theravada, uno de los más importantes de la nación. Allí vi como más 500
varones entre, jóvenes novicios, monjes y maestros, vivían y estudiaban las
lecciones de Siddhartha Gautama (también conocido como Buda, “el Iluminado”) en el
marco de una ordenada convivencia y obedencia a los orarios establecidos.
La
agenda de un día normal sería la siguiente:
4:00
– Hora de despertarse
5:00
- 7:00 – Recolección de donaciones en la ciudad
7:00
– 9:00 – Primera sesión de estudio
9:00
– 11:00 – Descanso
11:00
– 11:45 – Comida
11:45
– 13:00 – Descanso
13:00
– 15:00 – Segunda sesión de estudio
15:00
– 17:00 – Descanso
17:00
– 19:00 – Tercera sesión de estudio
19:00
– 21:00 – Oración
21:00
– 4:00 – Dormir
Cada
mañana madrugadora de mi viaje me había cruzado con algún grupo de jóvenes
novios o monjes que coloreando el amanecer con sus túnicas burdeos o naranjas
iban recolectando comida y donaciones entre los viandantes de todo pueblo y
ciudad del país. Cada uno llevaba un recipiente de forma redonda colgado del hombro donde guardaba cualquier regalo
que procuraría buen kharma al donante. Una vez di una humilde limosna a uno de
estos religiosos en mi camino al trabajo en Camboya (donde la práctica es la
misma) y recuerdo como me miró extrañado al tiempo que daba las gracias… “¿un
barang (palabra con la que los camboyanos llaman a los extranjeros blancos)…
budista?”
Cuando
llegué al monasterio me descalcé y seguí a mi guía hasta la sala de enseñanza y
oraciones, la más grande del complejo. Allí los monjes organizados por edades
permanecían sentados mientras estudiaban pali, lengua cercana al sánscrito en
la que las enseñanzas de Buda fueron transcritas. Los estudiantes se organizaban en 3 niveles según edad y años de aprendizaje. Los mayores toman asiento en la
primera hileraa mientras los alevines se quedan en la parte de atrás. Cada uno
lleva sus libros donde reescriben los versículos en pali que irán aprendiendo,
asimilando y memorizando.
Me
senté entre ellos y estuve charlando un poco. Eran sólo niños, muy jóvenes. Les
preguntaba que si estaban contentos, si querían estar ahí y si deseaban ser
monjes budistas para el resto de sus vidas. Sus respuestas connotaban madurez:
Sí, somos felices aquí y si algún día nos cansamos, no hay más que abandonar el
monasterio.
En
Birmania, como en otros países budistas de la región, ser monje es una fuente
de honra y prestigio para la familia. Casi todos los hombres pasan alguna vez
por el monasterio: algunos se quedan de por vida, otros pasan algunos años y
otros tantos tan sólo permanecen algunas semanas o días.
Tal
y como les saludé, me despedí dando las gracias añadiendo la palabra “Phía” al
final. Phía significa Buda, señor… y la forma en que se usa se asemeja al
“padre” con que se refiere alguien a un sacerdote católico.
Fui
entonces a ver los dormitorios y los baños. Cada dormitorio acogía a 20
personas. La decoración era austera. Por respeto, no tomé ninguna foto. Las esterillas sobre el suelo eran sus camas y
algunas cortinas podían dividir el habitaculo regalando así algo de privacidad.
Lo más interesante era ver posters pegados en la pared de la líder de la
oposicion birmana y premio Nobel del Paz, Aung
San Suu Kyi. También era especialmente bonito contemplar como las túnicas ondeaban colgadas para secarse después de que cada monje lavase la suya. Cada religioso suele contar con tres hábitos que irá usando a los largo de la semana.
El baño se hacía alrededor de una especie de alberca llena de agua. Desde lejos sin que se dieran cuenta vi como tres novicios jugaban y se peleaban en broma. Sus hábitos no les impedían comportarse como los niños que eran de vez en cuando.
Finalmente los pasillos que comunicaban unas y otra dependencias del complejo conducían hasta la cocina y comedor. Las mesas redondas podían acomodar a hasta 5 monjes. El menú era casi siempre el mismo: arroz y curry. En ocasión de generosas donaciones se deleitaban con una sopa y carne (jamás ternera ya que está prohibida para los budistas). Es durante la comida donde el Budismo Theravada se muestra nuevamente más duro que el Mahayana, pues los comensales no pueden hablar ni mirarse mientras se alimentan.
La cocina al final de la sala se podría describir como rústica y humilde. Un horno de leña y los instrumentos necesarios para cocinar a diario kilos y kilos de arroz eran los protagonistas.
Fue uno de los momentos que más disfruté de mi viaje por Myanmar y en el que más aprendí. En aquel monasterio se respiraba espiritualidad, pero también conocimiento, cultura y un gran sentido de sacrificio.
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Muy bueno Manuel, muy linda experiencia!
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