Siempre digo que una
manera estupenda de aprender más sobre la cultura de un país en el
que se está viviendo es cortándose el pelo. Puede sonar extraño,
simplista o superficial, pero en cada ciudad en la que he vivido
durante estos últimos dos años, cada vez que las greñas lo
exigían, me he negado a acudir una lujosa peluquería a la
“occidental” donde los expatriados van por miedo a que les
estropicien su amado cabello... Yo no. El pelo crece y la oportunidad
de meterte en un sitio donde eres el único extranjero y luchar por
hacerte entender con el barbero es siempre divertida y única... por
no decir económica.
Lo
mejor llegó hoy: en Yakarta, Indonesia. Un amigo mío se dejó una
fortuna en una peluquería a la “occidental” con un resultado que
no quisiera para mí. Atravesando un barrio puramente indonesio, pasé
por delante de una barbería auténticamente local. Esto a veces va
en detrimento del diseño, comodidad y tal vez un poco de limpieza...
Pero por menos de 1 € (10.000 rupias indonesias) me dieron unos de
los mejores cortes hasta ahora. Masaje facial, cuello y hombros. Te
crujen y afeitan un poco la nuca y ¡tarán!. Otra nueva
experiencia conociendo un poco más en qué consiste la vida diaria
en Yakarta.
Durante mi periodo en
Nueva York, vivía en Harlem; en la 139 con Broadway. Encontré un
apartamento compartido de prisa y corriendo. Me comunicaron que me
trasladaba a la Ciudad para hacer prácticas en la Misión Permanente
de España ante la ONU poco antes de empezarlas. Tenemos una imagen
distorsionada de Harlem por las películas y series. Lógicamente no
es un barrio lujoso, pero me resultó bastante seguro. Además
existen zonas y zonas. Para mi corta estancia en NYC estuvo muy
bien.
Cada vez que salía del
metro y caminaba 4 o 5 manzanas hasta llegar a casa, pasaba por
enfrente de una auténtica barbería regentada por hispanoamericanos.
Estaba atestada de luminosos que cegaban la vista desde lejos y en su
interior la radio como de costumbre sonaba fuerte. La clientela
siempre fiel, compuesta en su totalidad por iberoamericanos. Me
recordaba a aquellos clichés cinematográficos y se me quedó entre
ceja y ceja que cuando necesitara pelarme, allí iría.
Llegó el día y entré
algo tímido, como el típico forastero en el bar-salón en una del
Oeste. Su conversación en español se interrumpe para dirigirse a mí
en inglés. En aquel barrio siempre sucedía lo mismo. Me hablaban en
inglés y se extrañaban al responderles en castellano. Tomé
asiento, expliqué lo que buscaba y me convertí en un espectador
escuchando la tertulia de clientes, barberos y amigos que allí
echaban las horas. La mayoría revelaban por su acento provenir de
Puerto Rico, Cuba o República Dominicana. Hablaban de temas tan dispares como el
calentamiento global o la ubicación geográfica de Mongolia.
- ¿Ustedes saben
donde está Mongolia? ¿Ustedes que van a sabel, si ustedes no
saben de nada? Yo les voy a contal pol que yo acabé mi
bachillerato, aquí quien les habla.
- Y yo que el otro
día oía hablal en la televisión algo del calentamiento global,
¿Qué les parece?
Yo
permanecía en silencio hasta que intervine para dar la razón a uno
de los contertulios que era contradicho por el resto.
- ¿Y usted es
argentino o de dónde?
- No, yo soy
español.
- ¡Ah! Español.
El
corte era apropiado. Pagué y me marché habiendo pasado un buen
rato.
Muy
distinta era la realidad en Arusha, Tanzania. Allí es mucho más
complicado cortase el pelo, especialmente si eres blanco. El tipo de
pelo caucásico no tiene nada que ver con el africano y por tanto su
corte, peinado y cuidado es absolutamente diverso. Recuerdo cuando
tres amigos míos, un indonesio, un chino y un surcoreano volvieron
de su visita al barbero tanzano... un desastre. Por lo visto, cuando
los vio entrar, encendió la maquinilla eléctrica y empezó a rapar
casi sin preguntar. Es por eso por lo que la mayoría de los no
africanos allí, íbamos en busca de un peluquero de origen indio.
Los indios y los europeos compartimos un pelo más parecido y por esta razón se suele recurrir a ellos en África.
La
barbería daba a la calle. No era más que un pequeño cubículo en
el que cabían la silla del cliente, un espejo, una repisa para
depositar los instrumentos para pelar y un banquillo para que el
siguiente cliente esperara sentado. No podía ser más sencillo.
Aquel barbero me comentó que era la tercera o cuarta generación de
indios en Tanzania. Hay una comunidad considerable en Arusha. Y es
que, allá donde los británicos gobernaron, hay una nutrida
población india a las que se le prometió prosperidad lejos de la
tierra flanqueada por el Indo y el Ganges.
Me
habló también de sus dos visitas a la India y me preguntó por la
situación económica en España. Esta última cuestión me persigue
allá donde vaya y no es para sentirse orgulloso, precisamente.
Nuevamente satisfecho, pagué y me fui contento.
No
obstante, los barberos no siempre traen felices anécdotas consigo.
Recuerdo nuestro segundo día en la India, concretamente en Bombay.
Después de atravesar los slums o barrios de chabolas, nuestro amigo
David pidió fotografiar a un barbero que repasaba a un cliente en
mitad de la acera. Tras comprobar la fotografía, nuestro amigo se
acercó a mostrársela. Él exigió algo de dinero a cambio, agarró
a David del brazo y mostró en forma de amenaza la cuchilla con la
que trabajaba. No le soltaba y la situación se volvió tensa.
Finalmente, el cliente a medio terminar y cansado de esperar, se
levantó y tiró de él para que concluyera su corte. De aquel
momento nos queda el mal rato y la foto, origen del conflicto.
Camboya
fue un paso adelante. Allí encuentras barberos que literalmente
trabajan en la calle, sobre la acera. Colocan su silla, cuelgan un
espejo del muro y comienzan a trabajar. Esa tenía que ser mi próxima
experiencia. Llegó el día en que el flequillo me tapaba la vista y
por fin me iba a cortar el pelo como otro camboyano. Lástima que
eligiera la hora de comer... Todos estaban terminando con sus últimos
clientes antes del almuerzo y no se ocuparían de mí. De este modo me
tocó meterme en un establecimiento, igualmente auténtico y por el
mismo precio: 1 dólar estadounidense... sí, sí. Cortarse el pelo
en Camboya cuesta entre un dólar y máximo tres. La gente te mira
extrañada al verte entrar. No es muy común. Alguno que otro te hace
fotos con el móvil como si no te dieses cuenta. El cliente; sin
embargo, disfruta de su corte a un módico precio.
Camboya: 1 $ |
Qué gran post. Lástima que algunos estemos para pocos barberos ;-)
ResponderEliminarApunto el consejo para cortarme 'las puntas' en algún recóndito lugar.
Olvidé firmar el comentario, soy tu primo Miguel C.R.
EliminarCuídate, Manu.