Estábamos descansando,
disfrutando de una agradable sobremesa después de la cena en aquel
hostal de Benarés. Tres comensales como de costumbre: Miguel, David
y yo. Hacíamos un repaso de aquel día en la ciudad santa del
hinduismo. La oscuridad de la temprana noche no nos permitía
disfrutar de las vistas del Ganges que la ubicación privilegiada del
albergue regalaba. También comenzábamos a planificar nuestro
siguiente viaje: Calcuta. Nuestros itinerario indicaba que al día
siguiente, alrededor de las 5 de la tarde, nuestro tren partiría
destino a la ciudad que nos acogería durante nuestra última etapa
como mochileros por la India y Nepal, un viaje que habíamos iniciado
3 semanas antes. El plan era hacer un voluntariado con el proyecto de
la Madre Teresa de Calcuta. No nos quedaba mucho más que ver en
Benarés. Iríamos a dormir, descansaríamos y así estar frescos
para un largo viaje en tren de 15 horas. Faltó poco para que algo
desbaratase nuestra agenda.
Un camarero se nos
acercó y con un inglés bastante rudimentario nos preguntó si
algunos de nosotros podía entender y escribir esa misma lengua.
Nosotros asentimos. El camarero entonces nos pidió el favor de
ayudar a un señor invidente mientras, con un gesto inclusivo, lo
introducía en el círculo que habíamos conformado mientras
charlábamos.
No recuerdo su nombre,
pero jamás olvidaré su cara. El señor, de nacionalidad india, era más
bien alto. Vestía enteramente de blanco. Representaba la elegancia
misma. Una barba perfectamente arreglada y perfilada. Su gafas negras
y opacas desvelaban su condición de invidente. Su pelo canoso bien
peinado. Su sonrisa, su disposición, su clase innata y su perfecto
inglés revelaban en él algo especial. Se presentó y nos
preguntó que qué hacíamos y que de dónde éramos. La sorpresa
aumento para nosotros al ver como no sólo localizaba nuestras
ciudades (Málaga, Torremolinos y Mijas), si no que conocía su
clima, cultura y las contextualizaba en el resto de España. Era un
señor culto. Me evocaba a Vittorio Gassman en la película italiana
“Profumo di Donna” o quizás a Al Pacino en el remake de la
anterior titulada “Esencia de Mujer”.
Tras una breve charla
nos pidió que le ayudáramos con una tarea: leerle los e-mails que
había recibido y que respondiéramos según él dictaba. Por
supuesto accedimos a hacerlo, fuimos a la sala de ordenadores y
Miguel empezó a escribir. El primer correo era de una mujer que le
decía cuánto lo admiraba y cuánto le servía de ayuda para
sobreponerse de sus penas pensando en él cada vez que la vida le
jugaba una mala pasada. El ciego, al dictar la contestación, le animaba a seguir adelante y le recordaba, a modo de listado, todo lo
que él había tenido que encarar. No dábamos crédito. A medida que
aquel señor iba resumiendo su vida, Miguel levantaba la vista para
cruzar su mirada con la nuestra, atónita de asombro. Aquel señor
era huérfano desde muy pequeño. Nació ciego y a lo largo de su
vida ha sufrido numerosas enfermedades e intervenciones quirúrgicas.
Creo recordar que derivaban de su sistema digestivo. Los amigos de
sus padres se encargaron de su educación y manutención durante su
infancia y adolescencia. No estaba casado, no tenía hijos, pero
contaba con amistades de todo el mundo que había ido conociendo con
el transcurrir de los años.
Conmocionados, habíamos
presenciado una versión resumida de una gran vida e historia de
superación y coraje. La atmósfera no era la misma; deseábamos
saber más. Fue entonces cuando nos contó que estaba inmerso en un
proyecto no lucrativo. Quería construir un orfanato para niños
donde pudieran vivir y ser educados. Había diseñado mentalmente un
local de planta rectangular dividido en 3 espacios: dormitorios,
escuela y huerto. Según él, estaba en plena construcción y los
cimientos se hallaban al otro lado del río Ganges. Con una sonrisa nos
pregunto, “¿os gustaría conocer mi proyecto?”. Nosotros nos
miramos y al unísono respondimos “claro”. Le habíamos avisado,
sin embargo, de nuestro viaje a Calcuta. Él aseguró que no habría
ningún problema. Sólo restaba entonces decidir la hora y el punto
de encuentro de la mañana siguiente. El lugar no presentaba
inconvenientes ya que nos hospedábamos en el mismo hostal. La hora
parecía no conllevar complicaciones teniendo en cuenta que estábamos
acostumbrados a madrugar cada mañana para aprovechar nuestro viaje.
Fue entonces cuando él nos propuso encontrarnos frente a su cuarto a
las 5 de la mañana... Miguel, David y yo nos miramos con cara de
espanto por el madrugón y respondimos con un cumplido “sí... por
supuesto...”.
Nos despedimos así de
nuestro nuevo amigo acompañándolo a su dormitorio. Abrió la
puerta. La tenue luz del patio del hostal al que daba su cuarto
permitió iluminar vagamente su interior. Algunas de sus pertenencias
estaban ordenadas en pequeños pilares en un lateral de la cama.
Entendimos que se trataba de aquel meticuloso orden de un invidente.
Nuestros estómagos dieron un vuelco al ver como se cerraba la puerta
tras de sí, en completa oscuridad, sin encender ninguna luz... ¿Para
qué? No debería ser una sorpresa, pero jamás lo habíamos pensado
y no dejó de ser impactante.
Sigue leyendo el resto de la historia en Nuestro Amigo el Ciego - Parte II
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