La cultura de los baños públicos es centenaria y se ha desarrollado de
manera muy distinta en cada país y cultura. Así se pueden señalar los baños
japoneses, los de agua sulfurosa de Georgia, los baños árabes y por supuesto
los hammam de Turquía.
En un viaje a Turquía es imprescindible visitar uno, seguramente lo
mejor es dejarlo para el último día cuando después de caminatas y paseos
turísticos el cuerpo necesita un buen descanso. Pero, ¿qué debemos esperar de
un hammam? ¿Cuál es el ritual y el
orden a seguir? ¿Dónde ir? ¿Hasta qué punto es una verdadera manifestación
cultural o un mero reclamo turístico y artificial?
En Turquía ya existían termas romanas como en todos los rincones del
Imperio Romano mucho antes de que llegaran los otomanos. El acceso a agua
caliente no era una realidad común en las viviendas ni siquiera de los más
ricos. Es así como acudir a un lugar donde el agua templada y caliente corre en
abundancia se convirtió en un reclamo entre aquéllos que buscaban mantener su
higiene, conseguir algo de relajación y por supuesto, disfrutar de un escenario
alternativo para desarrollar su vida social.
Los otomanos también amaban esta cultura y la adaptaron a sus propias
peculiaridades y estilos arquitectónicos. Llega así a Anatolia el baño turco,
el hammam, que hoy sigue vivo en
Turquía.
¿Cómo es un Hammam?
La disposición arquitectónica de un baño turco suele seguir siempre un
mismo esquema: desde el exterior se trata de un edificio sin más peculiaridades
que sus tejados abovedados. Al acceder a su interior, nos encontramos con una
gran recepción con asientos, puede que también con una pequeña cafetería, una
fuente interior y la caja para efectuar el pago. Los vestuarios pueden estar en
esa misma planta o por el contrario en pisos superiores haciendo de ese vestíbulo
un amplio patio interior. Cada usuario recibe una llave. En su cámara personal
encontrar una cama, toallas, una mesita de noche y chanclas. Lo normal es que
después de un buen baño, el cliente se relaje mientras se seca o incluso se
eche una breve siesta en esos habitáculos o en el espacio abierto de la
recepción.
En el interior del hammam propiamente dicho, se dispone generalmente una sala amplia y central. En el medio se halla una gran piedra de mármol caliente. Una lámpara de araña que cuelga del techo situada justamente en el centro ilumina el lugar. A los lados hay espacios con lavabos y grifería de agua caliente y fría. Por las esquinas de la sala central se puede llegar a otros espacios preparados para recibir un masaje, disfrutar de más privacidad, acoger una sauna o incluso una piscina.
Esta estructura se repite de manera casi idéntica en la zona para
mujeres y la de varones. No es en absoluto normal encontrarnos con baños mixtos
y cuando lo son es casi seguro que se trata de un establecimiento orientado
únicamente al turismo.
¿Qué hacer en un Hammam?
En un hammam se puede
disfrutar del tiempo que se desee, pero generalmente es suficiente con pasar
entre una y dos horas. Los objetivos han pasado de ser la higiene personal (ya
garantizada con el acceso a agua corriente en las casa particulares) a el relax
y quizás hacer vida social. En el caso del visitante, disfrutar de una
interesante experiencia cultural.
Recuerdo que charlando con un usuario en un Hammam de Trebisonda (Trabzon) me decía que solía ir hasta varias
veces en semana durante el invierno (cuando no gozaba de agua demasiado
caliente en casa) o mensualmente en verano.
Los precios dependerán de muchísimos factores:
Calidad e instalaciones
Localización: Estambul, Capadocia o en la provincia.
Servicios que se deseen.
Como de turístico sea.
Así, la diferencia entre visitar un hammam
en el centro de Estambul para disfrutar de un baño, exfoliación y masaje puede
llegar a costar 50 euros o más mientras que el mismo servició en un histórico hammam de la ciudad de Mardin puede que
no pase de 10 euros.
Los servicios comunes y básicos son el alquiler del vestuario, toallas,
chanclas, acceso al baño, exfoliación y masaje.
El orden del ritual:
El bañista pagará a la entrada el servicio que desee. Le darán una llave
con pulsera que podrá amarrar a la muñeca y una pastilla de jabón. Pasará al
vestuario, se cambiará y se anudará a la cintura una especie de pareo de tela
fina que llevará puesto en todo momento. Esta toalla se llama peştamal (pronunciado “peshtamal”). Se pondrá las chanclas
(cuya calidad dependerá del local elegido) y estará listo para iniciar su baño.
Si el hammam cuenta
con sauna, ésta debería ser la primera parada. Si no, al entrar se pasará a
alguno de los extremos de la sala central para enjuagarse con agua caliente,
fría o templada usando un cacito de metal generalmente labrado siguiendo la
estética otomana. Acto seguido se tumbará boca arriba en la piedra caliente del
centro y se relajará hasta que llegue su turno para el masaje. El ambiente es propicio para alcanzar la máxima tranquilidad: un silencio tan sólo quebrado por el
sonido del agua, las gotas al caer o las esporádicas conversaciones en turco de
otros clientes.
Cuando toque nuestro turco,
uno de los masajistas se acercará a nosotros y nos pedirá que le sigamos. Nos
llevará a algunos de los lados de la sala para sentarnos junto al lavabo. Allí
nos arrojará agua y con una áspera manopla nos dará un masaje exfoliante.
A continuación nos dará el
baño propiamente dicho sobre la piedra caliente valiéndose de los cacitos de
metal y una gran bolsa de tela llena de espuma. Con un soplido hinchan dicha
bolsa para luego explotarla sobre la espalda y proceder al masaje. En ocasiones
se puede pasar de fuertes, pero suelen ser buenos profesionales. Esta sesión
acabará por enjabonarnos el pelo y aclarándonos con agua templada.
A partir de ahí el bañista
es libre para quedarse descansando dentro, volver a enjuagarse o salir y
relajarse en el vestuario. Otra opción es contratar un servicio extra: masaje
con aceite, aunque éste no siempre se ofrece en todos los baños turcos. Otros
en cambio ofrecen además una piscina interior que le da el toque final a la
experiencia.
A la salida, un trabajador
del establecimiento nos envolverá en toallas con el nudo típico que
curiosamente se repite en casi todo hammam y nos indicará el camino
hacia el vestuario o a la zona abierta de descanso. Esa zona, que puede
coincidir con la recepción en el patio interior antes descrito dispone de zonas
acolchadas y cojines donde el bañista se puede secar y relajarse mientras bebe
un té o un zumo de naranja y granada.
El Hammam, ¿algo
realmente turco o puramente turístico?
El viajero que llega a
Turquía suele visitar únicamente la capital, Estambul, y la espléndida
Capadocia. No obstante, Turquía ofrece muchísimo más. Estas dos zonas del país
se han lanzado al turismo, y el extranjero ha ocupado espacios que antes
quedaban reservados para los verdaderos oriundos del lugar. El agua corriente y
caliente en las casas, la vida ajetreada, la invasión de los turistas y la
consecuente elevación de los precios ha hecho que el hammam en Estambul
se convierta en una atracción para el viajero casi nunca frecuentado por
locales. No obstante, es cierto también que allí podemos encontrar los baños
más bonitos del país, eso sí, pagando el triple.
Mi sorpresa vino cuando empecé
a adentrarme al interior del país y ver que el hammam era un ritual casi
semanal de los locales. Allí no se habla en inglés, no muchos turistas los
visitan, los precios son realmente asequibles y la atmósfera sigue manteniendo
la sensación de que lo que allí ocurre no es una escenografía propia de un
parque de atracciones de turistas sino que es la continuación de una cultura
centenaria de la que los turcos son aún parte.
Mi recomendación es ir y
disfrutar de un baño turco, si puede ser, fuera de la capital.