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miércoles, 18 de junio de 2014

           La cultura de los baños públicos es centenaria y se ha desarrollado de manera muy distinta en cada país y cultura. Así se pueden señalar los baños japoneses, los de agua sulfurosa de Georgia, los baños árabes y por supuesto los hammam de Turquía.

En un viaje a Turquía es imprescindible visitar uno, seguramente lo mejor es dejarlo para el último día cuando después de caminatas y paseos turísticos el cuerpo necesita un buen descanso. Pero, ¿qué debemos esperar de un hammam? ¿Cuál es el ritual y el orden a seguir? ¿Dónde ir? ¿Hasta qué punto es una verdadera manifestación cultural o un mero reclamo turístico y artificial?

En Turquía ya existían termas romanas como en todos los rincones del Imperio Romano mucho antes de que llegaran los otomanos. El acceso a agua caliente no era una realidad común en las viviendas ni siquiera de los más ricos. Es así como acudir a un lugar donde el agua templada y caliente corre en abundancia se convirtió en un reclamo entre aquéllos que buscaban mantener su higiene, conseguir algo de relajación y por supuesto, disfrutar de un escenario alternativo para desarrollar su vida social.

Los otomanos también amaban esta cultura y la adaptaron a sus propias peculiaridades y estilos arquitectónicos. Llega así a Anatolia el baño turco, el hammam, que hoy sigue vivo en Turquía.



¿Cómo es un Hammam?

La disposición arquitectónica de un baño turco suele seguir siempre un mismo esquema: desde el exterior se trata de un edificio sin más peculiaridades que sus tejados abovedados. Al acceder a su interior, nos encontramos con una gran recepción con asientos, puede que también con una pequeña cafetería, una fuente interior y la caja para efectuar el pago. Los vestuarios pueden estar en esa misma planta o por el contrario en pisos superiores haciendo de ese vestíbulo un amplio patio interior. Cada usuario recibe una llave. En su cámara personal encontrar una cama, toallas, una mesita de noche y chanclas. Lo normal es que después de un buen baño, el cliente se relaje mientras se seca o incluso se eche una breve siesta en esos habitáculos o en el espacio abierto de la recepción.


 En el interior del hammam propiamente dicho, se dispone generalmente una sala amplia y central. En el medio se halla una gran piedra de mármol caliente. Una lámpara de araña que cuelga del techo situada justamente en el centro ilumina el lugar. A los lados hay espacios con lavabos y grifería de agua caliente y fría. Por las esquinas de la sala central se puede llegar a otros espacios preparados para recibir un masaje, disfrutar de más privacidad, acoger una sauna o incluso una piscina.


Esta estructura se repite de manera casi idéntica en la zona para mujeres y la de varones. No es en absoluto normal encontrarnos con baños mixtos y cuando lo son es casi seguro que se trata de un establecimiento orientado únicamente al turismo.

¿Qué hacer en un Hammam?

En un hammam se puede disfrutar del tiempo que se desee, pero generalmente es suficiente con pasar entre una y dos horas. Los objetivos han pasado de ser la higiene personal (ya garantizada con el acceso a agua corriente en las casa particulares) a el relax y quizás hacer vida social. En el caso del visitante, disfrutar de una interesante experiencia cultural.


Recuerdo que charlando con un usuario en un Hammam de Trebisonda (Trabzon) me decía que solía ir hasta varias veces en semana durante el invierno (cuando no gozaba de agua demasiado caliente en casa) o mensualmente en verano.

Los precios dependerán de muchísimos factores:

Calidad e instalaciones
Localización: Estambul, Capadocia o en la provincia.
Servicios que se deseen.
Como de turístico sea.

Así, la diferencia entre visitar un hammam en el centro de Estambul para disfrutar de un baño, exfoliación y masaje puede llegar a costar 50 euros o más mientras que el mismo servició en un histórico hammam de la ciudad de Mardin puede que no pase de 10 euros.

Los servicios comunes y básicos son el alquiler del vestuario, toallas, chanclas, acceso al baño, exfoliación y masaje.

El orden del ritual:

El bañista pagará a la entrada el servicio que desee. Le darán una llave con pulsera que podrá amarrar a la muñeca y una pastilla de jabón. Pasará al vestuario, se cambiará y se anudará a la cintura una especie de pareo de tela fina que llevará puesto en todo momento. Esta toalla se llama peştamal (pronunciado “peshtamal”). Se pondrá las chanclas (cuya calidad dependerá del local elegido) y estará listo para iniciar su baño.

Si el hammam cuenta con sauna, ésta debería ser la primera parada. Si no, al entrar se pasará a alguno de los extremos de la sala central para enjuagarse con agua caliente, fría o templada usando un cacito de metal generalmente labrado siguiendo la estética otomana. Acto seguido se tumbará boca arriba en la piedra caliente del centro y se relajará hasta que llegue su turno para el masaje. El ambiente es propicio para alcanzar la máxima tranquilidad: un silencio tan sólo quebrado por el sonido del agua, las gotas al caer o las esporádicas conversaciones en turco de otros clientes.


Cuando toque nuestro turco, uno de los masajistas se acercará a nosotros y nos pedirá que le sigamos. Nos llevará a algunos de los lados de la sala para sentarnos junto al lavabo. Allí nos arrojará agua y con una áspera manopla nos dará un masaje exfoliante.

A continuación nos dará el baño propiamente dicho sobre la piedra caliente valiéndose de los cacitos de metal y una gran bolsa de tela llena de espuma. Con un soplido hinchan dicha bolsa para luego explotarla sobre la espalda y proceder al masaje. En ocasiones se puede pasar de fuertes, pero suelen ser buenos profesionales. Esta sesión acabará por enjabonarnos el pelo y aclarándonos con agua templada.  



A partir de ahí el bañista es libre para quedarse descansando dentro, volver a enjuagarse o salir y relajarse en el vestuario. Otra opción es contratar un servicio extra: masaje con aceite, aunque éste no siempre se ofrece en todos los baños turcos. Otros en cambio ofrecen además una piscina interior que le da el toque final a la experiencia.


A la salida, un trabajador del establecimiento nos envolverá en toallas con el nudo típico que curiosamente se repite en casi todo hammam y nos indicará el camino hacia el vestuario o a la zona abierta de descanso. Esa zona, que puede coincidir con la recepción en el patio interior antes descrito dispone de zonas acolchadas y cojines donde el bañista se puede secar y relajarse mientras bebe un té o un zumo de naranja y granada.

El Hammam, ¿algo realmente turco o puramente turístico?

El viajero que llega a Turquía suele visitar únicamente la capital, Estambul, y la espléndida Capadocia. No obstante, Turquía ofrece muchísimo más. Estas dos zonas del país se han lanzado al turismo, y el extranjero ha ocupado espacios que antes quedaban reservados para los verdaderos oriundos del lugar. El agua corriente y caliente en las casas, la vida ajetreada, la invasión de los turistas y la consecuente elevación de los precios ha hecho que el hammam en Estambul se convierta en una atracción para el viajero casi nunca frecuentado por locales. No obstante, es cierto también que allí podemos encontrar los baños más bonitos del país, eso sí, pagando el triple.

Mi sorpresa vino cuando empecé a adentrarme al interior del país y ver que el hammam era un ritual casi semanal de los locales. Allí no se habla en inglés, no muchos turistas los visitan, los precios son realmente asequibles y la atmósfera sigue manteniendo la sensación de que lo que allí ocurre no es una escenografía propia de un parque de atracciones de turistas sino que es la continuación de una cultura centenaria de la que los turcos son aún parte.


Mi recomendación es ir y disfrutar de un baño turco, si puede ser, fuera de la capital.


¡Qué disfrutéis de vuestro baño!


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La llamada Revolución Turca





miércoles, 16 de abril de 2014

            Después de un par de años perdiéndome la Semana Santa y viviendo con melancolía estos días he vuelto a mi tierra, a Málaga. La pregunta me resultaba obvia: tras tanta añoranza, ¿merecía la pena? ¿O quizás la memoria y la imaginación han engrandecido la realidad?

He visto muchas tradiciones y manifestaciones culturales en otros países. Muchas de ellas extravagantes y exóticas a los ojos de un occidental. Coloristas danzas, delirios místicos, procesiones de demonios de cartón-piedra. El viajero los mira, los contempla con sombro, hace fotos, sonríe, disfruta y admira. A lo mejor le suscita dudas: ¿Qué sentirán? ¿Qué querrá decir todo esto? ¿Cómo será eso de participar activamente de esta o aquella tradición tan llamativa…?

El pueblo español, y especialmente el andaluz, es uno de los que mejor mantienen y más viven su cultura y folclore en toda Europa. No sólo somos una atracción turística que se expone  en un escaparte y que el visitante fotografía. Nosotros, como tantas tribus, minorías y culturas del mundo quizás menos occidentalizadas somos protagonistas y depositarios de un acervo cultural realmente vivo.

Una vez al año, gran parte de la población malacitana, agrupada mayoritariamente en las 39 cofradías, se lanza a la calle para ver o hacer ver. Para llevar un capirote, un incensario o un trono. Es la Semana Mayor, una semana intensa, llena de arte, espiritualidad y tradición. Tiempo en que se retoman aquellas costumbres que abrazamos desde pequeños.




La Semana Santa encierra nuestro espíritu infantil, pues éramos niños cuando empezamos a callejear por primera vez. Éramos menos que adolescentes cuando pisamos esas callejuelas hasta entonces desconocidas para evitar el bullicio y acercarnos antes al Cristo que atraviesa una u otra calle. Cuando un primo mayor nos invita acompañarlo a encerrar el Prendimiento Cuando organizamos la primera pandilla y nos colamos entre las promesas que siguen al gitano más moreno, al Señor de la Columna. Antes ya habíamos hecho nuestros pinitos con una trompeta de un carrillo de la calle que nuestra madre nos regaló mientras esperábamos la llegada de la Virgen de Gracia. Recordamos nuestro primer limón cascarúo que de lejos trata de emular la amargura del Señor. Al negociar con la regenta del puesto: ¿sal? ¿Bicarbonato? En cualquier caso hinca las paletas por la parte blanca para dañar menos el esmalte de los dientes y aguanta los lagrimones.




Es esa emoción inesperada al ver subir a la Virgen del Amparo y su palio de rejilla por Dos Aceras la que enjuaga tus ojos. La misma que acompaña al Señor que cada año entra en Málaga montado en una Pollinica trayendo buenas nuevas.




La gente va al cine a ver películas de miedo buscando esa adrenalina que sienten durante la escena de máximo suspense. Los malagueños salen a la calle buscando ese escalofrío al ver a centenares de hombres de trono cantando la Salve  la Virgen del Rocío delante del pueblo en su Tribuna de los Pobres. Es ese escalofrío que se extiende de pies a cabeza que nadie sabe de dónde viene. ¿Se habrá levantado aire? Nos ceñimos un jersey o la chaqueta, pero el escalofrío persiste.




La Semana Santa es como una fiesta a la que te invitan cada año. Si estás enfermo o fuera por trabajo te la has perdido y los amigos te llaman con el  ruido de la celebración de fondo para decirte qué éxito está siendo. Nos quemamos por dentro sabiendo que no estamos donde hay que estar. Los que sí tienen la suerte de asistir disfrutan como invitados al gran festejo. Pero son los que cubren su cara o arriman el hombro los que se sienten anfitriones, parte de la organización que tantos escalofríos regala a los espectadores.

Es así como llega tu día. Quieres estar descansado y reponer fuerzas para llevar tu estación de penitencia con la máxima dignidad posible. De nuevo recuerdas que de pequeño tenías licencia para beber más Coca-Colas de las debidas y alimentarte de azúcar refinada y de almendras garrapiñadas. Un bastón, un cetro, una vela, un trono… Ves desde dentro, gozando del más puro anonimato que te permite ser tú con Él. Los que te rodean miran a lo alto, sus bocas se abren como medio pasmados y sólo logran cerrarla al besar su pulgar cuando terminan de santiguarse. El esfuerzo da sus frutos y la ciudad ha vuelto a sentir ese momento casi místico que a veces olvidan el resto del año… menos es nada, ¿y quién quiere ser fariseo para decirles a otros como rezar y sentir?




¿Quién es esta gente que grita guapo al Cristo de la Sentencia? ¿A un trozo de madera? La pregunta más repetida… Si el creyente piensa que Dios se hizo de carne y hueso para dar un mensaje, para poder tocarlo, para sentirlo y oírlo… ¿Por qué le va a ofender que usemos su imagen para que nos evoque, que nos recuerde lo que sufrió y padeció? Si el Cristianismo nos cuenta que Dios aceptó la limitación humana de tener que ver para creer hasta el punto de venir Él mismo en persona… ¿Por qué rebelarnos ante una expresión de fe que utiliza una boya, un ancla, un apoyo tan material y tangible? No es un tótem, no creemos que la madera se haya hecho Dios, tampoco pensamos que la misma encierre su espíritu… nadie puede apoderarse de Él. Sí creemos que es la foto de nuestro difunto padre o abuelo que nos recuerda que existe y nos facilita hablar con él. No hay que fustigarse por decirle las palabras más bonitas que tenemos a una virgen, ¡guapa!, hay que reconocer simplemente nuestras propias limitaciones.

Y continúa la semana. Y se suceden cofradías con talantes muy diversos. EL júbilo, la alegría, la pasión, el recogimiento, la seriedad y el luto. Cada imagen nos recuerda las virtudes de los titulares. La Señora del jueves nos habla de esperanza, el Cristo de la Expiración nos dice cómo hablar con nuestro Padre hasta en los momentos más angustiosos, la Humillación, a poner la otra mejilla, la Misericordia, a perdonar y a aguantar la cruz aunque nos caigamos, los Milagros, a esperar lo inimaginable, los Dolores Coronada, a sufrir y dar consuelo, el Huerto, a rezar, el Descendimiento, a estar con los nuestros hasta el final, la Cena, a ser Iglesia y el Resucitado nos dará una mejor noticia que la del Domingo de Ramos… ya no visitará nuestra ciudad, sino que viene para quedarse.

El jueves ponemos en práctica todo lo aprendido y discutimos como expertos y tertulianos: velas rizadas ¿sí o no?; marchas ensayadas; las flores más o menos acertadas; pues a mí el pulso sólo para los encierros; ¡por favor a ese Cristo le pega cornetas y tambores y bailar su malagueña! Para cuándo un nuevo manto…  que ya hace falta…




Llega el Viernes Santo y las marchas se hacen más y más fúnebres. La colorida camisa que estrenamos el domingo para que no se nos cayeran las manos parece desentonar en este día. La bola de cera de aquel niño que un día fuimos está más gorda que cuando pasó el Cautivo, Señor de Málaga. Cada año nos cuesta más ver todos los encierros y no perdernos cada esquina que ya tenemos apuntada en nuestra agenda cofrade desde que aquel amigo nos habló de Salutación en San Agustín.


Cerramos la puerta de casa. Nos ponemos cómodos. Ha acabado la Semana Santa. Se terminó el tiempo en que la espiritualidad y el folclore van de la mano en un encuentro tangible con Dios. Hasta el año siguiente. La respuesta a la pregunta inicial es evidente: sí, mereció la pena


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Semana Santa desde el Extranjero




domingo, 6 de abril de 2014



             Eran cerca de las seis de la tarde y en Antakya (Antioquía) ya estaba oscuro. Volvía con un par de amigos de una escapada en coche para ver ruinas romanas y cristianas. En el primer caso nos topamos con el antiguo puerto Seleucia de Piera, frente a una extensa, aunque algo sucia playa. Allí se encuentra el túnel de Tito y Vespasiano, ejemplo del poderío de ingeniería romana que conecta los dos extremos de una colina a través de un inquietante pasaje de piedra.

También exploramos los restos cristianos del Monasterio de San Simeón. En la cima de una montaña, esta histórica y no demasiado bien conservada estructura ha sido afeada con la instalación de molinos eólicos alrededor. Más lástima daba ver que sus excelentes mosaicos del s. VI quedaban ninguneados bajo el polvo, la tierra y la suiciedad.


El día había sido bastante completo y como decía, ya regresábamos a Antakya. Nos disponíamos a aparacar cuando escuchamos un estruendo que se repetía con cierto ritmo. Dos tambores y una flauta animaban la calle. La gente los seguía hasta que entraron en una bocacalle donde se asentaron para continuar la fiesta y su singular concierto. Nos dimos cuenta enseguida de que se trataba de una boda turca. Antakya, con todo su gloriosa historia, su importancia en este lado de Turquía y sus casi 250.000 habitantes sigue teniendo mucho de provinciano y las bodas no son sólo un evento para los más allegados sino una motivo de regocijo para todo el barrio que lo celebra con ímpetu.

La boda turca tiene varias fases y se alarga bastante hasta que todos los trámites que unen a dos personas en matrimonio quedan formalmente concluidos. Así contratan a unos músico para dar fe del evento e invitar a la gente a bailar en mitad de la calle, que en este caso era la de la casa de la novia. Los invitados y curiosos como nosotros se agolpaban. Empezaron a tocar una canción que me sonaba familiar; era mi favorita: “Ankarani Baglari”. Los testigos, el padrino y el novio nos sacaron a bailar allí mismo a mis amigos y a mí. Nos caímos bien y nos invitaron a subir a la segunda planta de la vivienda de la recién casada. Era uno de los momentos más emotivos: la novia vestida de blanco, que ya no era una niña, abandonaba la casa de sus padres entre llantos de unos y otros. El rellano estaba a revosar. Bajaron a la calle donde les esperaba el coche que les conduciría al convite. La ceremonia oficial ya había tenido lugar bastante más temprano y ya sólo quedaba celebrarlo. Pensábamos que ya todo había acabado para nosotros, pero fue entonces cuando la hospitalidad turca nos sorprendió una vez más ya que insistieron en que les acompañáramos a la fiesta. No nos lo pensamos dos veces.


Mi canción turca favorita
La novia abandonando su casa y acompañada por un pariente


Llegamos a una sala de fiestas. La entrada estaba toda engalanada con un pasillo flanqueado por los miembros más importantes de la familia para recibir a la pareja. Nos indicaron donde sentarnos y desde entonces no pasamos solos ni un instante. Haciendo alarde de una amabilidad desmedida se nos acercaban unos y otros para conocernos, asegurarse de que estábamos bien, de que no nos faltaba nada. Mesas repletas de gente de todas las edades se disponían alrededor de una pista de baile, un escenario donde se preparaba el cantante y un poco más a la derecha, la mesa de honor para la novia y el novio.


Llegaron por fin y comenzó la jarana. Primero, un baile inaugural al son de una popular canción turca del 2013 mientras que los camareros sostenían bengalas y caminaba en círculos rodeando a la pareja. La novia que lucía un vaporoso vestido llevaba ceñido una especie de fagín con dos iniciales: A & F: Fátima y Ahmet. Después, una pieza lenta para bailar agarrados en la que ya podía participar todos los invitados. Ya finalmente el desmadre: en una celebración musulmana no se sirve alcohol por lo que sorprende aún más la animación y alegría de hombres y mujeres de todas las edades por arrancarse a bailar las danzas típicas del país y la región. Generalmente hombres bailan con hombres y las mujeres con mujeres por su lado aunque también se admitían grupos mixtos. 

Los gestos típicos en el varón: brazos extendidos, dedos chisqueantes y pies al ritmo de cada tonada. La mujer sin embargo no abre sus brazos sino que los que los mantienen cerrados haciendo movimientos circulares como si llamaran a alguien a acercarse a ellas. No nos dejaron descansar ni un segundo, era una boda, estábamos como otros invitados más y había que bailar y divertirse.




Otra danza muy recurrida consistía en cogerse de la manos en fila india hasta hacer un círculo que si viene más nutrido de la cuenta se comienza a cerrarse sobre sí organizando varias filas. El que dirige el baile a un extremo sostiene un pañuelo con una mano derecha y agarra con la izquierda a la de su compañero que hará lo propio con el siguiente. Los pasos sencillos consistentes en cruzar los pies y dar pataditas al aire se revelaron bastante divertidos cuando todos lo seguíamos al unísono.



Los novios vuelven a salir a bailar y los parientes empiezan a arrojar dinero sobre sus cabezas. Los billetes que lanzaban servían para augurar fortuna a los recién casados. Acercándonos detenidamente al dinero, nos dimos cuenta de que se trataban de billetes falsos que se pueden comprar por paquetes en el bazar para este tipo de celebraciones.



Por fin llegó la tarta. Varios pisos de pastel que luego también resultó ser falso. Un aparente ejemplo de repostería que quedaría muy bien en la foto, pero que en absoluto era comestible. El pastel de verdad vendría servido en platos para cada uno de los asistentes posteriormente.

Nuestro avión de vuelta a Estambul salía en apenas una hora y teníamos que abandonar, muy a nuestro pesar, aquella estupenda fiesta. Nos despedimos de mayores, jóvenes y niños que tan hospitalarios y fantásticos fueron con nosotros sin antes dar las gracias a los protagonistas del evento y desearles lo mejor.


Nunca pensé que me cruzaría con una boda en mi viaje a Antioquía. Pero he de admitir que fue tremendamente divertida e interesante desde el punto de vista cultural. Habrá que repetir.


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Las Bodas en Ruanda

Una Boda en Indonesia


martes, 1 de abril de 2014

           miCViajando cumple un año. En marzo de 2013, cuando estaba en Indonesia decidí ponerme a escribir algunas de las anécdotas, reflexiones y consejos sobre trabajos internacionales que había acumulado durante los últimos años. Quizás todo comenzó cuando en mi tablón de Facebook escribí mi anécdota favorita: venía del último de los siete primeros días de luto oficial en honor del Rey Padre de Camboya y me lancé a escribir. La acogida fue buena y ya empezaron a animarme a publicar entradas periódicamente. Meses antes en Tanzania, mi buen amigo Ilunga me retó a compartir mis experiencias y consejos de trabajo con otros jóvenes hispanohablantes. Todo aquello, y con la ayuda de mi gran amigo Víctor Santiago que diseñó el blog, fue el empujón definitivo para comenzar a escribir.



No siempre he podido ser tan constante como me gustaría, pero el trabajo, la falta de tiempo y la inspiración no siempre se alinean. Ésta es una exposición de buenas intenciones para recuperar el hábito con nuevas historias y reflexiones, pero sobre todo para dar gracias a aquellos que me han permitido tener historias que contar.

Las gracias van para mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo en cada uno de los destinos que he tenido la suerte de disfrutar. A mi abuela Isa le daría las gracias por inculcarme el amor por la cultura, la historia y el arte al llevarme casi cada semana cuando era pequeño a alguna exposición en un museo o al cine. A la idealizada sombra de mi padre que desde que tengo 6 meses de edad ha servido de rumbo e inspiración de lo que algún día espero llegar a ser, un caballero como él era. A mis abuelos Miguel y Ernestina, por haber sido mucho más que unos abuelos y a los que tanto extraño. A mi Yaya con la que conocí el cariño y el amor en su estado puro. A mi hermana, mis tíos y mis primos que me hacen sentir cerca aunque siempre esté lejos; que en la distancia, jamás son distantes.

Pero por supuesto, y de  manera más concreta a lo que se refiere el contenido de este blog, he de dar las gracias de manera individual a tres personas más:

A mi madre, Ernestina, mi inspiración, rumbo y descanso. La persona que todo lo ha dado por mí. Que con carácter, fuerza y valor renunció a todo para dar a sus hijos la mejor educación y así, las mejores oportunidades. Nunca olvidaré aquel almuerzo en casa, con 15 años, delante de un plato de macarrones cuando, de forma repentina me miró y dijo: quiero mandarte a estudiar fuera, quizás a Estados Unidos. Ese fue el comienzo. Conozco bien sus esfuerzos para hacerlo todo sola, y aunque algún día pueda devolverle lo pagado, jamás le podré devolver lo trabajado y sacrificado. A ella, gracias.




A mi tío padrino, que junto con su mujer, mi madrina de facto, creyeron en mí, me dieron su apoyo, invirtieron en mi educación y se convirtieron en una fuente inagotable de amparo. Me respaldaron para que viviera y estudiara de una manera, no sólo digna, sino también cómoda. Porque me tratan como a un tercer hijo. Porque me transmitieron el amor por viajar, por explorar, por aprender y descubrir cosas nuevas. Porque son el ejemplo de cómo vivir intensamente nuestra ciudad natal y al mismo tiempo aprovechar al cien por cien todo lo que el mundo nos ofrece. A ellos, gracias.


Y cómo no; gracias a todos aquellos que seguís este blog, que lo visitáis, leéis y comentáis. A los lectores de España, Estados Unidos, México, Argentina, Francia, Turquía, Reino Unido, Colombia, Georgia… Vuestro apoyo e interés me motivan a seguir escribiendo y compartiendo experiencias.


A todos, gracias.

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Un vistazo al CV





jueves, 13 de febrero de 2014

         Poco se habla de esta antigua república soviética en el Cáucaso, pero en realidad se trata de un precioso y apasionante país que vale muchísimo la pena visitar. En la entrada de hoy, le echamos un vistazo a su capital, Tiflis, o como los locales la llaman: Tbilisi.



1 – Historia

La primera razón para visitar Georgia es su historia. Muchos opinan que fue en esta tierra donde el hombre remató su propia evolución. Numerosos historiadores adjudican a los georgianos de la antigüedad el privilegio de ser uno de los grandes motores culturales de la antigüedad extendiéndose por el Caucaso, la Anatolia, descendiendo por Mesopotamia y hasta el Egipto septentrional. Otros establecen vínculos entre los georgianos y los primeros habitantes de la Península Ibérica, sobre todo, la zona de Euskadi. No en vano el antiguo reino de Georgia era en su origen conocido como Iberia. Hay quienes ven este nombre, no una simple coincidencia, sino una reminiscencia de aquella antigua conexión. Otra prueba de esa ancestral conexión es asombroso parecido entre algunas palabras georgianas y vascas.

Al final, como sucedió con muchas otras naciones, su influencia y tamaño fueron menguando, dividiéndose en pequeños reinos que podemos agrupar en Georgia Occidental y Oriental, en continua disputa entre persas y otomanos hasta que el Imperio Ruso y más tarde la URSS la hizo suya desde 1800 hasta 1991.




Mientras muchos piensan que el nombre de Georgia viene de “San Jorge”, lo cierto es que tiene origen griego y significa “lugar de la agricultura”. Y es que se cree que fue en el Cáucaso donde el ser humano desarrolló y perfeccionó sus aptitudes agrícolas… Esto nos lleva a la segunda razón…



2 - El Vino:

Georgia es reconocida como la cuna del vino. Una tradición milenaria en su contexto agricultor, desarrollando y perfeccionando las técnicas de cultivo. El vino es una parte integrante de la cultura georgiana que poco a poco fue conquistando las mesas de los griegos y romanos hasta llegar a nuestros días.



3- Paisajes:

Tiflis es una ciudad de más de un millón de habitantes que regala un paisaje donde la montaña, el río y la zona urbana se funden. El cauce del Kurá divide a la capital en dos márgenes, izquierdo y derecho, éste último acogiendo el centro de la ciudad y su casco antiguo.


Flanqueada por montañas y colinas, un funicular y un telecabina permiten llegar a la cima y disfrutar de las magníficas vistas. De un lado, el viejo monasterio ortodoxo. Más arriba, en la cima, restaurantes y un privilegiado mirador. El telecabina nos transporta hasta el castillo que corona el monte y hasta aquella gran escultura, alegoría de la ciudad, que representa a una mujer que ofrece vino al visitante amistoso con una mano y muestra su espada con la otra para el invasor.

Vieja imagen de la ciudad en la que se puede apreciar el funicular, el monasterio y el mirador en la cima de la colina

4 – Arquitectura:

En Tiflis podemos toparnos con la arquitectura civil, la religiosa con solera además de la más vanguardista.

Desde que San Nino de Capadocia (actual Turquía) convirtiera al cristianismo en el 330 a Mirian, rey persa que gobernaba sobre Georgia, este país ha sido un fortísimo defensor del cristianismo ortodoxo. En la antigua catedral se puede ver la cruz original de San Nino y fuera de la ciudad antigua se puede visitar la segunda catedral ortodoxa más grande del mundo.



La noche da un protagonismo especial al castillo que domina la montaña.



La vanguardia llegó a Tiflis en forma de puente y sala de conciertos:




5 – Museos

Tiflis está bien nutrida de museos que custodian los tesoros, la historia y el arte pictórico de la nación:

Museo Nacional: una guía de excepción, la Sra. Lamara que habla perfectamente inglés y francés compartirá su extensísimo conocimiento sobre la historia de su patria a través de elementos de 10 mil años de antigüedad (una piedra tallada), pasando por la edad de bronce hasta llegar al exquisito y refinado tratamiento del oro, joyas y tesoros de la cultura georgiana.



El animal nacional de Georgia es el ciervo que ya en la antigüedad gozaba de un halo de divinidad

Museo de Bellas Artes: custodia los grandes tesoros de Georgia. Con piezas de épocas posteriores a las que encontraremos en el Museo Nacional, estas obras del arte sacro ortodoxo demuestran el poderío artístico de esta pequeña nación.



Museo de Arte: En el campo pictórico, Georgia roza el cénit del posimpresionismo de la mano de 3 grandes artistas del siglo XIX y principios del XX:

Firosmani:



Gudiashvili:



Gabashvili:




6 – Comida

La gastronomía Georgiana es excelente, deliciosa. Los vinos antes mencionados acompañan a platos típicos como:

khinkali



khachapuri



acharuli



7 – Baños de agua sulfurosa:

La última noche en Tiflis exige descanso y relajación en sus baños de aguas sulfurosas. No en vano, el rey que fundó la villa, Vakhtang I Gorgasali, lo hizo tras ver cómo su halcón de caza caía directo sobre ciénagas de aguas sulfurosas y calientes. Es por esto que Tbilisi significa originalmente, “aguas calientes”.

Siempre se escucha citar los baños turcos, los árabes y las saunas finlandesas… no obstante, también existe un lugar adicional a estos refugios de relajación: los baños de aguas sulfurosas georgianos.


Existen varios baños tradicionales y muchos se disputan haber acogido en sus visitas a la región al célebre poeta ruso, Alexander Pushkin. Si bien algunos ofrecen extraordinarias fachadas como la de la foto, podemos recomendar los Royal Baths. Aquí se alquilan salas de baño privadas por 40 laris más masaje y enjabonado por 20 laris más por persona. Un vestuario y finalmente una sala con una pequeña piscina, o gran bañera, según se vea. El agua sulfurosa está caliente y resulta sorprendentemente relajante. A la media hora el masajista exfoliará la piel del usuario, lo enjabonará y dará un masaje. Tras una ducha se puede uno volver a sumergir en las aguas sulfurosas. Una experiencia imprescindible.



8- Cultura:

Una de las experiencias más apasionantes de un viaje a Georgia es el choque cultural, o mejor dicho, el descubrimiento de su extensísima idiosincrasia.

Cabe destacar su idioma que no pertenece a ninguna otra familia lingüística, ni a la indoeuropea, ni a las del Altái.

Además cuentan con un alfabeto propio sólo utilizado en georgiano.



Si bien es un país de escasas dimensiones cada región ha desarrollado su propia vestimenta tradicional. Este es un ejemplo del sombrero típico georgiano.



Finalmente cabría mencionar sus llamativas danzas folclóricas:



9- Alrededores:

Tiflis es el más cómodo punto de acceso al país. Desde allí se pueden explorar ciudades costeras como Batumi, los espectaculares pico y valles del Cáucaso o pequeñas aldeas cerca de la capital como Gori, pueblo natal de Stalin… que sí, era georgiano.



Es también el puerto de entrada más recomendable para iniciar un viaje por todo el Cáucaso: Armenia y Azerbaiyán.

10- Es baratísimo

La divisa nacional, el Lari Georgiano, está a 2,34 en relación al euro. Trasladarse por la ciudad de Tiflis, comer y visitar los museos resulta increíblemente económico.



Un trayecto en taxi por el centro no debería superar los 5 Lari.
Entrada en los museos: 6 Lari.
Comer en un restaurante tradicional: 10 Lari.

Volar allí también puede ser muy barato desde Estambul, por ejemplo. Allí opera la aerolínea Pegasus que por entre 70 a 90 euros nos llevará al corazón del Cáucaso.

Los ciudadanos de países miembros de la Unión Europea no precisan visado.

¡Así que no lo dudéis y preparad vuestro viaje a Georgia!


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