Eran cerca de las seis de la
tarde y en Antakya (Antioquía) ya estaba oscuro. Volvía con un par de amigos de
una escapada en coche para ver ruinas romanas y cristianas. En el primer caso
nos topamos con el antiguo puerto Seleucia de Piera, frente a una extensa,
aunque algo sucia playa. Allí se encuentra el túnel de Tito y Vespasiano,
ejemplo del poderío de ingeniería romana que conecta los dos extremos de una
colina a través de un inquietante pasaje de piedra.
También exploramos los restos
cristianos del Monasterio de San Simeón. En la cima de una montaña, esta histórica y
no demasiado bien conservada estructura ha sido afeada con la instalación de
molinos eólicos alrededor. Más lástima daba ver que sus excelentes mosaicos del
s. VI quedaban ninguneados bajo el polvo, la tierra y la suiciedad.
El día había sido bastante
completo y como decía, ya regresábamos a Antakya. Nos disponíamos a aparacar
cuando escuchamos un estruendo que se repetía con cierto ritmo. Dos tambores y una
flauta animaban la calle. La gente los seguía hasta que entraron en una
bocacalle donde se asentaron para continuar la fiesta y su singular concierto.
Nos dimos cuenta enseguida de que se trataba de una boda turca. Antakya, con
todo su gloriosa historia, su importancia en este lado de Turquía y sus casi
250.000 habitantes sigue teniendo mucho de provinciano y las bodas no son sólo
un evento para los más allegados sino una motivo de regocijo para todo el
barrio que lo celebra con ímpetu.
La boda turca tiene varias fases
y se alarga bastante hasta que todos los trámites que unen a dos personas en
matrimonio quedan formalmente concluidos. Así contratan a unos músico para dar
fe del evento e invitar a la gente a bailar en mitad de la calle, que en este
caso era la de la casa de la novia. Los invitados y curiosos como nosotros se
agolpaban. Empezaron a tocar una canción que me sonaba familiar; era mi
favorita: “Ankarani Baglari”. Los testigos, el padrino y el novio nos sacaron a
bailar allí mismo a mis amigos y a mí. Nos caímos bien y nos invitaron a subir
a la segunda planta de la vivienda de la recién casada. Era uno de los momentos
más emotivos: la novia vestida de blanco, que ya no era una niña, abandonaba la
casa de sus padres entre llantos de unos y otros. El rellano estaba a revosar.
Bajaron a la calle donde les esperaba el coche que les conduciría al convite.
La ceremonia oficial ya había tenido lugar bastante más temprano y ya sólo
quedaba celebrarlo. Pensábamos que ya todo había acabado para nosotros, pero
fue entonces cuando la hospitalidad turca nos sorprendió una vez más ya que
insistieron en que les acompañáramos a la fiesta. No nos lo pensamos dos veces.
Mi canción turca favorita
La novia abandonando su casa y acompañada por un pariente |
Llegamos a una sala de fiestas.
La entrada estaba toda engalanada con un pasillo flanqueado por los miembros
más importantes de la familia para recibir a la pareja. Nos indicaron donde
sentarnos y desde entonces no pasamos solos ni un instante. Haciendo alarde de
una amabilidad desmedida se nos acercaban unos y otros para conocernos,
asegurarse de que estábamos bien, de que no nos faltaba nada. Mesas repletas de
gente de todas las edades se disponían alrededor de una pista de baile, un
escenario donde se preparaba el cantante y un poco más a la derecha, la mesa de
honor para la novia y el novio.
Llegaron por fin y comenzó la
jarana. Primero, un baile inaugural al son de una popular canción turca del
2013 mientras que los camareros sostenían bengalas y caminaba en círculos
rodeando a la pareja. La novia que lucía un vaporoso vestido llevaba ceñido una
especie de fagín con dos iniciales: A & F: Fátima y Ahmet. Después, una
pieza lenta para bailar agarrados en la que ya podía participar todos los
invitados. Ya finalmente el desmadre: en una celebración musulmana no se sirve
alcohol por lo que sorprende aún más la animación y alegría de hombres y
mujeres de todas las edades por arrancarse a bailar las danzas típicas del país
y la región. Generalmente hombres bailan con hombres y las mujeres con mujeres
por su lado aunque también se admitían grupos mixtos.
Los gestos típicos en el
varón: brazos extendidos, dedos chisqueantes y pies al ritmo de cada tonada. La
mujer sin embargo no abre sus brazos sino que los que los mantienen cerrados haciendo movimientos circulares como si llamaran a alguien a acercarse a ellas.
No nos dejaron descansar ni un segundo, era una boda, estábamos como otros invitados más y había que bailar y divertirse.
Los novios vuelven a salir a
bailar y los parientes empiezan a arrojar dinero sobre sus cabezas. Los
billetes que lanzaban servían para augurar fortuna a los recién casados. Acercándonos
detenidamente al dinero, nos dimos cuenta de que se trataban de billetes
falsos que se pueden comprar por paquetes en el bazar para este tipo de
celebraciones.
Por fin llegó la tarta. Varios
pisos de pastel que luego también resultó ser falso. Un aparente ejemplo de
repostería que quedaría muy bien en la foto, pero que en absoluto era
comestible. El pastel de verdad vendría servido en platos para cada uno de los
asistentes posteriormente.
Nuestro avión de vuelta a
Estambul salía en apenas una hora y teníamos que abandonar, muy a nuestro
pesar, aquella estupenda fiesta. Nos despedimos de mayores, jóvenes y niños que
tan hospitalarios y fantásticos fueron con nosotros sin antes dar las gracias a
los protagonistas del evento y desearles lo mejor.
Nunca pensé que me cruzaría con
una boda en mi viaje a Antioquía. Pero he de admitir que fue tremendamente
divertida e interesante desde el punto de vista cultural. Habrá que repetir.
No os perdáis:
No hay comentarios:
Publicar un comentario