La
llamada Revolución Turca podría pasar a la historia como una intentona de golpe
de estado por una panda “terroristas” o como el punto de inflexión que hizo a
su actual Primer Ministro, Recep Tayyip Erdoğan, retroceder en la que podía parecer la imparable
marcha hacia el islamismo impuesto en contra de la laicidad prescrita en la
constitución.
Un Estado laico con alma mahometana. Una versión musulmana de lo que Charles de Gaulle consiguió con Francia al decir que “el Estado es laico, pero Francia es cristiana”. El arquitecto de este sistema “a la turca” tiene nombre y apellidos, se llama Mustafa Kemal Atatürk y es el padre de la patria de los turcos desde que creó un nuevo país del marchito y acabado Imperio Otomano.
Un Estado laico con alma mahometana. Una versión musulmana de lo que Charles de Gaulle consiguió con Francia al decir que “el Estado es laico, pero Francia es cristiana”. El arquitecto de este sistema “a la turca” tiene nombre y apellidos, se llama Mustafa Kemal Atatürk y es el padre de la patria de los turcos desde que creó un nuevo país del marchito y acabado Imperio Otomano.
La población turca vive
dividida entre aquellos laicos que idolatran a su líder fundador y aquéllos más
conservadores y religiosos que no se atreven a criticar la esfinge del gran
Atatürk, a no ser que sea con la boca muy chica.
Si nos apegamos al concepto más básico de la palabra democracia podemos decir que en tanto que el pueblo vota y elige a sus dirigentes, Turquía es de hecho una democracia. Por otro lado, ese mismo pueblo es legítimo y responsable de lapidar su propia democracia, libertades y constitución eligiendo y reeligiendo a dirigentes con espíritu menos democrático. Se trata del suicidio democrático de la propia democracia.
Si nos apegamos al concepto más básico de la palabra democracia podemos decir que en tanto que el pueblo vota y elige a sus dirigentes, Turquía es de hecho una democracia. Por otro lado, ese mismo pueblo es legítimo y responsable de lapidar su propia democracia, libertades y constitución eligiendo y reeligiendo a dirigentes con espíritu menos democrático. Se trata del suicidio democrático de la propia democracia.
Erdoğan,
actual Primer Ministro ha sido votado y reafirmado en el poder a través de las
urnas. Ha sido un acierto que casi nadie discute desde el punto de vista
económico, pero desde su posición conservadora y cercana a las facciones más
religiosas ha ido avanzando en reformas de carácter islamista que ha causado el
descontento de tantos laicos.
Si nos paramos a mirar
los desencadenantes de las protestas en la céntrica plaza de Taksim pueden parecer algo nimios… de
poca entidad: la deforestación de uno de los últimos enclaves verdes de la
capital para construir otro centro comercial… (pienso en los árboles a los que
se encadenó la ilustre baronesa Thyssen…); la restricción de comprar alcohol a
partir de las 10 de la noche… (recuerdo las ordenanzas municipales de tantas
ciudades de Europa…). Sin embargo, si lo miramos desde una perspectiva más amplia
y echamos un vistazo a las políticas anteriores, podemos percibir un cierto
tufillo religioso que ha despertado recelo en muchos laicos turcos. No
obstante, me remito a párrafos anteriores; el pueblo es soberano para dilapidar
su propia soberanía y si lo hace democráticamente, hay muy poco que decir… Los
opositores, por otro lado, apuntan con el dedo a los seguidores del oficialismo tachándoles de
tontos e ignorantes… pero la democracia no sólo vale cuando ganan los tuyos,
por mucho más inteligente, educado y civilizado que te consideres.
Ahora sí… hay algo
innegable. A Erdoğan se le ha ido la mano (urge ser gráfico). Contra un derecho
del pueblo como es la libre asamblea y reunión pacífica se han disparado
cantidades ingentes de gases lacrimógenos, se han desplegado las fuerzas del
orden como si de un estado policial se tratase (o se trata), se ha encarcelado
a todo manifestante con cargos de terrorista y se han herido a decenas de
personas con algunas muertes inclusive… Se le ha ido la mano. Es aquí cuando
nos damos cuenta de que democracia no es sólo aceptar la voz del pueblo una vez
cada 5 años. También lo es cuando se trata de dejarlo hablar y expresarse
cuando algo no gusta, venga su voz de miles, de cientos o de cuatro. Sea su
mensaje placentero o incómodo.
Estambul es una ciudad grande y densamente poblada en la que resulta difícil darse cuenta como turista de que algo
está pasando. Con una excepción: la plaza de Taksim y alrededores. Desde ahí parte la calle principal Istiklal Caddesi y son estos dos puntos por los que, si vas en fin
de semana o en festivos, te podrás topar con una exagerada concentración
policial. Eso me ocurrió a mí.
El pasado viernes y
tras cenar con algunos amigos pensamos ir al centro a tomar algo. Al llegar a
la célebre plaza hallamos un despliegue policial desmesurado. Los agentes del
orden se agrupaban como si de guarniciones romanas se trataran en cada esquina,
en cada bocacalle. Empezamos a bajar la mencionada vía Istiklal Caddesi. Algo extraño se respiraba en el ambiente. Nuestros
ojos lloraban sin sentir tristeza. Nuestras narices goteaban sin estar
constipados. Eran los famosos gases lacrimógenos que sin ni siquiera poderlos
ver, desde muy lejos se podían percibir. Algunos grupos empezaron a dar gritos
en la lengua local, otros daban palmas a ritmo revolucionario. La policía baja
con orden castrense por la calle. La muchedumbre comienza a correr. Los agentes
se detienen y vuelven hacia la plaza. Los protestantes, nada organizados y
desperdigados, camuflados entre turistas, curiosos y viandantes, empiezan a
aplaudir, se les suma más y más gente. Los oficiales vuelven a la carga… de
nuevo a correr. El gas pimienta parecía más intenso. Más y más desagradable.
Decidimos apartarnos. Los camareros de una tetería nos gritan para que nos
metamos en su establecimiento por nuestra protección. Así lo hicimos mientras
la puerta metálica iba descendiendo y se cerraba detrás de nosotros. Subimos a la
planta de arriba donde una simpatiquísima señorita nos rocía con cierta
sustancia en los ojos para hacer que el molesto picor del gas lacrimógeno se
desvanezca. Apartan a todos los de las ventanas y apagan las luces para la
seguridad de los clientes. Esperamos un buen rato mientras bebemos el té que
nos sirvieron y que no nos dejaron pagar… cortesía de la casa. Más tarde nos
permiten asomarnos a la ventana siempre y cuando no estuviéramos de pie ni nos
expusiéramos demasiado. Vemos a varia bandadas correr de un lado hacia otro. La
cosa comienza a calmarse. Era el momento de marcharse a casa.
¿Triunfará esta
revolución? Un amigo turco me dijo que si hubieran aguantado un poco más
habrían ganado el pulso… Sin embargo, llegó julio y los manifestantes (muchos de
ellos estudiantes) volvieron a sus casas o se marcharon en su bien merecido
descanso veraniego… En Turquía, como en tantos países, los principios también
se van de vacaciones.
Manifestantes corren huyendo de la policía |
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